domingo, junio 26, 2005

Observadores ciudadanos

Hacer de las ciudades del país espacios más ordenados, seguros, habitables, sustentables y competitivos son las buenas intenciones que diferentes autoridades signaron el pasado jueves durante la conformación de la Red Nacional de Observatorios Urbanos Locales. Un título muy rimbombante para expresar la necesidad que existe, primero, ante el desinterés de la clase política por encarar los problemas y segundo, aprovechar a la academia (de la educación superior en México) para que, a través de sus instituciones de investigación e incluso de organismo ciudadanos, se comience a ejercer la crítica.
Ya que gobernantes y políticos no son capaces de arremeter las injusticias, porque están más liados en la sucesión, pues que los ciudadanos y los investigadores tengan el privilegio de organizarse para señalar las posibles soluciones sobre todo, a los problemas que presenta el sector urbano de este país. La “nueva” Red cuenta con el apoyo de la tan cacareada ONU —que enfrenta un periodo de crisis— y de organismos federales y estatales que pretende, según el rector de la Universidad Veracruzana, Raúl Arias Lobillo, sumar “conocimientos, experiencias y capacidades para avanzar en la superación de los rezagos y las profundas diferencias entre contrastes sociales”.
Las intenciones son, de arranque, muy buenas. Lo que ignoramos es la manera en que estos centros de observación van a organizarse, ¿quién se quedará al frente de ellos? Para Rodolfo Tuirán, subsecretario de Desarrollo Urbano y Ordenación del Territorio, la misión primordial es que sustentarán “sistemas integrados de información e indicadores, construidos sobre una base homologable y comparable en el tiempo, que permitan generar conocimiento riguroso sobre los fenómenos de interés”. Compare el lector las bien intencionadas argumentaciones de los funcionarios, son excelentes. Pero acaso aún no terminamos de explicarnos el cómo.
Por una parte suponemos que se aprovecharán los recursos invertidos en el rubro de investigación académica. Es decir, que el fruto de los devaneos aplicados por la aristocracia de la alta cultura tendrán como resultado una serie de recomendaciones que pretendan mejorar la vida, ¿política?, ¿económica?, ¿los sistemas de salud pública y seguridad social? del grueso de la población. Porque al menos lo que sí ha quedado claro es que no aumentará la burocracia de la academia (porque también la hay), ya que se aprovecharán los recursos existentes. Entonces podemos vislumbrar que se trata, ¿por qué no?, de un programa de la buena voluntad. Las ventajas que estas organizaciones pueden acarrear es que las academias y el sector público tendrán que acordar agendas en común que a la postre, pero muy a la postre, puedan comenzar a configurar el ideal de un buen gobierno. Es decir, que los administradores diseñen sus estrategias de trabajo con base en las recomendaciones y sugerencias de las personas que llevan una vida dedicada al análisis y los riegos de algún fenómeno social en concreto. El papel ideal de estos “observatorios” no puede quedarse en señalar sino en fundamentar cualquier ejercicio ciudadano. Allí está como primer ejemplo el grupo de los Caperucitos, quienes aprovechando contactos y conocimientos se abocaron a plantear la primera fase del rescate del bosque de Chapultepec. La muestra es que no sólo el Distrito Federal, la Ciudad de México, cuenta con las personas interesadas en resolver los problemas que causa su entorno. Podríamos apostar que cualquier ciudad de la república tiene a los amorosos que defenderían el lugar donde han enterrado su ombligo.