jueves, junio 16, 2005

Día del padre, por cierto

La imagen del buen hombre que camina por las calles oscuras y sortea los automóviles, que lleva una bolsa con pan y sufre porque duda si a la siguiente noche podrá hacer lo mismo, es una bella estampa del cine nacional. Esa fábrica de imaginaciones que ha hecho padres dolientes y madres abnegadas y que dista de la verdadera conformación de la familia mexicana... ese invento donde reinan el amor y la paz sólo funciona durante la grabación del comercial y punto. Nuestro verdadero rostro es del muchos países conviviendo bajo la idea de una federación —ya sabemos que la Federación no todo lo puede— y por lo tanto allí es donde inician las dificultades, que no podemos hacer tabla rasa sobre lo que se considera una identidad mexicana, única e indivisible.
El común denominador de la familia mexicana se ha querido mostrar como un ideal nuclear, es decir, donde conviven papá, mamá e hijos. Nada hay más alejado de la realidad que necear con esa ilusión. Los estudios de organismo no gubernamentales muestran el surgimiento de “familias abiertas”, es decir, donde la convivencia de medios hermanos se trueca en algo común y la presencia de los padres divorciados, pero cada uno con nuevas parejas. Pero ello no significa novedad alguna, esa composición ha existido siempre... porque antes de tragarse las pildoritas de moralina hay que comprender que la familia significa una competencia económica con qué enfrentar a una sociedad. Esa es la verdadera fuerza que en ocasiones reivindica el refrán: “los amigos se eligen, la familia te toca”. Claro, si hay amor, confianza y todas aquellas esferitas de Navidad, pues qué mejor. ¿No?
Esto del chile con huevo que es la familia puede corroborarse, por ejemplo, con el simple reconocimiento de la genealogía de Juana de Asbaje y Ramírez de Santillana, la monja Jerónima mejor conocida como Sor Juana Inés, y más conocida aún porque la Casa de Moneda de México la ha incluido en nuestro dinero circulante. Comprender la estructura de la composición familiar de donde provenía Juana Inés (pleno siglo XVII) constituye un reto para el lector moderno porque debe comprender que la décima musa no tenía padre y una de sus medias hermanas contrajo nupcias dos veces y que ella, ya en la clausura del convento de San Jerónimo, cuidó la virginidad de una sobrinita a quien la encomendaron.
Esta apariencia de los dobles matrimonios novohispanos no significan una moral que oscilaba el entredicho. Debemos comprender que el entramado de esa y cualquier época es sobrevivir. Y en muchas ocasiones una mujer con un hijo a cuestas tenía que buscar el apoyo económico (el moral, es decir, el tintinete del apellido, sólo le preocupaba, como hasta ahora, a la nobleza criolla y eso por las herencias) de un hombre; ¿cuál doble moral? Recordemos que la única diferencia es que hasta el siglo XX en México no se consideraba a la mujer como una fuerza productiva capaz de tomar decisiones, aunque trabajara. La misma Juana Inés sufrió vejaciones por saber latín; y como ella existieron otras mujeres de valía y buen talante, lo que pasa es que a ella le tocó la lotería de la inmortalidad, bien ganada claro y con circunstancias harto favorables. Ahora, debemos espantarnos porque cada vez son más los hombres que buscan el apoyo económico de las mujeres; por fin, ¿no que somos tan machitos y guadalupanos? ¿O escribo mentiras? Si festejar el día de la madre es una hipocresía, festejar al padre puede ser un espejismo.