domingo, junio 19, 2005

Limpia, fija y da esplendor

Hacia el mes de julio de 1713 en una de las calles madrileñas se congregó un grupo de intelectuales castellanos, influenciados por la corriente francesa de la Ilustración, para formar una especie de tertulia refinada que pretendía versar charlas y escanciar tintos, para discernir sobre ciencias y artes. Al amparo de los monárquicos Villamedina y Fernández Pacheco, sembraron la cimiente de la Real Academia de la Lengua Española (RAE). Tendrían que suceder las burocracias de costumbre para que hasta octubre catorce de mil setecientos catorce, por real cédula, el monarca Felipe V, se dijera por edicto que la Academia de la Lengua Española estaba formalmente constituida.
“Limpia, fija y da esplendor” fue la leyenda que acompañó a la comisión encargada de continuar la obra de don Antonio de Nebrija, el primer gramático castellano, quien siglos antes se había entregado a consignar por escrito los modos de hablar con el fin de conformar la cimiente escrita y científica de nuestro idioma.
Claro está que pertenecer, en la actualidad y desde su fundación a la RAE es privilegio de ciudadano español. Acaso en la actualidad el único americano que ocupa un sillón en la plenaria es Mario Vargas Llosa, pero tras su adquisición de la ciudadanía española. Y pese a que el hispano-peruano no asiste a las reuniones —pues vive en Londres— cada que puede aporta “algo” al idioma.
La RAE sesiona los jueves primeros de cada mes, en su plenaria. Las cinco de la tarde, marcada religiosamente por el reloj de la catedral erigida en honor a la virgen de la Almudena, patrona de Madrid, constatan que los filólogos rezarán la oración en latín, en presencia del rey borbón. Después viene la deliberación y transcurridas dos horas un hombre vestido a la usanza del siglo de oro, caracterizado de lacayo, anuncia con el sonido de una campanilla que sucederán veinte minutos para que en el salón de fiestas se tome la pasta —galleta para nosotros— y una posible copa de brandy. Los grandes escritores contemporáneos intercambian bocanadas de sus habanos, café, infusión o brandy en lo que deben retornar a las conclusiones.Pero la academia consigna, no ordena. Registra y propone. Al fin y al cabo las recientes inclusiones en sus sillones (ningún miembro entra de gratuito, tiene que morir un académico para que el sillón esté vacante) ya no es la media que la gobernaba. Hasta hace diez años la RAE estaba compuesta por filólogos mayores de setenta años. En los últimos años le han dado paso a la historiadora Carmen Iglesias (primera mujer), al periodista y escritor Pérez-Reverte y al arquitecto Santiago Calatrava —el diseñador de los novísimos puentes sevillanos . En resumen, que la academia se nutre. Nuestro idioma, hablado por cuatrocientos millones de usuarios, hoy más que nunca, requiere la ocupación de académicos conscientes de que “accesar” y “recetear” son parte de la vida.