martes, julio 12, 2005

Cárdenas y la gallina ciega

La inestabilidad que propicia la clase política mexicana rumbo a las elecciones federales del 2006 acapara páginas y análisis como para no dejar el retintín hasta el inicio de las campañas presidenciales. Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano pone otra vez el dedo en la llaga: si las bases se lo ruegan él aceptará contender por la presidencia de la república, pero enarbolando la bandera del PRD. Que según él no está trabajando para ello, aunque sí tiene los arrojos para señalar qué está bien y aquellas situaciones que no le parecen.
Uno de los argumentos con que el señor Cárdenas defenestra a Andrés Manuel López Obrador es que si el PRD postula al jefe de gobierno del Distrito Federal como su candidato a la presidencia, lo que se viene será una desbandada del partido bicolor, porque el tabasqueño se ha declarado como una “izquierda moderada”. Después argumenta que en todo caso, la candidatura será decidida por la mayoría del partido. Por partes, al señor Cárdenas hasta su escisión del PRI no le llegó al alma un brío por la izquierda; aunque lleve casi dieciocho años militando en ella. ¿La política nacional se dirige a través de los partidos políticos o de un consenso entre los círculos del poder, nacionales, regionales y locales?
En segundo lugar, hay que comprender que como partido, el Revolucionario Institucional, desde su fundación como PNR, no ha sido un “partido” en el sentido de la teoría política, sino más bien una asociación de fuerzas políticas cobijadas en tres siglas. Ahora bien, las diferentes etapas del PRI, desde la institución que hiciera Plutarco Elías Calles ha sufrido los embates y reveses de cada época, a lo largo de setenta años. Con esto podemos dejar en claro que el supuesto partido de Estado ha sido tal desde una perspectiva que orienta hacia la permanencia de un grupo en el poder, pero ¿fue la misma agrupación la de los militares, la de los “licenciados” y la formada por los tecnócratas? A eso no se le puede llamar una permanencia en el poder.
Bien miradas, las bases ideológicas de un partido tienen que ir a la par con sus tiempos. Lo que no se adapta cae en el anacronismo y de allí la muerte. Pero la esencia no se pierde, sobre todo si consideramos que algunos de los problemas del México de la década de 1940 aún tienen vigencia. Es decir, la inexistencia de una verdadera fase ideológica en la política mexicana impide el verdadero proyecto de nación. De esta forma, los partidos políticos han sido agrupaciones de trascendencia limitada; nuestra manía por la figura del Tlatoani o la patriarcal hace que ninguna línea sea recta y que cada gobernante en turno proponga sus espirales, los engorrosos intentos de búsqueda para caer en cuenta que siempre estamos en el mismo sitio, ni para atrás ni para adelante. Así pues, los partidos en México siempre han sido un bello disfraz para llegar con invitación al baile de gala y donde, para divertir al pueblo, los concurrentes juegan a la gallinita ciega. No hay vuelta de hoja, Andrés Manuel, Cárdenas Solórzano, Elba Esther y toda la pléyade lo saben de antemano.