martes, julio 05, 2005

Urnas ciegas

La pantomima de democracia mexicana que se creó a partir del triunfo de Vicente Fox como candidato ganador ya comienza con las patadas de ahogado. Si visiblemente estamos en una democracia que sale más allá de las palabras, es decir, una de hecho y no de lenguas y papeles, pues la nuestra es muy endeble porque los últimos comicios electorales demuestran que nuestros actuales gobernantes (en la federación y los estados) están decididos por una minoría.
Con buena voluntad podemos idear que el Instituto Federal Electoral funciona como un filtro capaz de evitar los fraudes y otras barbaridades, o que al menos son mínimas, en el caso que se presenten. Pero lo cierto es que el veto ciudadano ha comenzado a ejercer su verdadero poder: la ausencia. ¿Cómo explicarse el fenómeno, como un desinterés, una falta de responsabilidad cívica o el simple valemadrismo que se nos achaca a los mexicanos? Ni una cosa ni la otra. Si esto sucediera porque el domingo hay mejores actividades, más divertidas y reconfortantes que ir a votar, advertimos a grandes rasgos que las autoridades evitan el mayor número de distractores; pues en lugar de los comentaristas de fútbol las pantallas son asaltadas por los analistas políticos y los conductores intrigantes.
Los domingos de comicios son los que suceden con mayor pesadumbre: ley seca días anteriores, paranoia colectiva que se esparce en el aire, cortes informativos de la televisión abierta y por si fuera poco, al caer la noche, esos programas absurdos sobre pronósticos grises. Los intelectuales, la clase estudiada en temas de política habla y habla y habla no de proyectos gubernamentales sino que se embrollan en el carisma o las manías del candidato que presumiblemente, ha resultado electo.
¿No se piensa que el pueblo de México ya está harto del numerito de las campañas políticas y de paso enterarse cuánto ha sangrado el erario para que los señores candidatos y sus equipos se abaniquen con el tintín del proselitismo? Si algo le debemos a Vicente Fox fue demostrar que el ungido es susceptible de críticas, es blanco fácil. Pero el caciquismo no se termina, porque el poder local y regional tiene más peso de hecho y es más sencillo golpear —al menos verbalmente— al que está lejos que al inmediato, a quien puede responder con un golpe certero. Si la nuestra es una democracia supongo que se trata, apenas, de un espermatozoide que anda en busca del óvulo... ni a embrión llegamos. Porque justamente la acción política del proselitismo se basa en la descalificación del adversario y no en tratar aquellos temas que por su algidez, resultan impronunciables. Ya sabemos que ningún gobernante es todopoderoso como para sanear la cloaca él solo. Pero esto de pregonar sólo los logros se parece tanto al que regala un bolillo pero que no impide la desnudez del menesteroso. Visto está que la ciudadanía ya no va a responder con vítores al que mejor diga los albures, pero tampoco al que le dore la píldora. Las urnas en que se depositan las boletas electorales están conformándose como el dicho que repiten los engañados, total: “ojos que no ven, corazón que no siente”.