Dieciocho de veintidós.
Las dos partes que componen la novela de don Quijote dan cuenta de las payasadas de éste y claro, además se incluyen otras historias, algunas muy exageradas, pero que dotan de un realismo al caballero y su escudero (básicamente las “otras” historias pertenecen a la primera parte, la publicada en 1605). Es decir, hay ficciones dentro de una ficción. Esto nos permite disfrutar como frescas y disparatadas las aventuras que acontecen al legendario dúo.
Al revisar, por ejemplo, los capítulos 16 al 18 (I) nos podemos encontrar con una muestra del humor más fino de Cervantes. Don Quijote y Sancho están molidos, porque la confusión del amo empeora las cosas cada vez con mayor presteza y ha creído que la venta —posada cercana a algún camino— donde se alojan es un castillo donde hay moros y encantamientos. Las espaldas del escudero han sido su mejor fiador, como él lo dice. Pero ya entrada la noche, mientras los dos suspiran y se quejan, al señor caballero le viene en mente la receta del famoso bálsamo de Fierabrás que tiene la capacidad de curar las heridas y sanar en un dos por tres a quien lo ingiera.
El cervantista Martín de Riquer señala que este bálsamo se menciona con frecuencia en los libros de caballerías. La historia está basada en una leyenda escrita hacia 1170, que don Quijote conoce gracias a todo lo que ha leído: se cuenta que el rey sarraceno Balán y su hijo el gigante Fierabrás conquistaron Roma, la saquearon y robaron las sagradas reliquias allí veneradas, entre ellas dos barriles con restos del bálsamo con que fue embalsamado Jesucristo, que tenía el poder de curar las heridas a quien lo bebía. Siguen innumerables batallas hasta que Fierabrás se hace cristiano y regresa el bálsamo a Roma.
Lo que hace Cervantes es parodiar la historia y don Quijote remedia en que para confeccionar tal maravilla requiere de aceite, vino, sal y romero.“...él tomó sus simples, de los cuales hizo un compuesto, mezclándolos todos y cociéndolos un buen espacio, hasta que le pareció que estaban en su punto... Y luego dijo... más de ochenta parternostres y otras tantas avemarías, salves y credos, y a cada palabra acompañaba una cruz, a modo de bendición”. (I, 17).
El caso es que para curar sus dolencias don Quijote bebe una generosa porción y cuando terminó, comenzó a vomitar y a dar tantas arqueadas que los personas que contemplaban la escena creyeron que el viejo moriría; pero de entre aquellas rarezas, sudó frío, tembló, durmió algunas y declaró que se sentía mejor. Sancho, al ver la reposición de su amo, pensó que realmente la bebida era milagrosa, se atragantó su parte y: “...primero que vomitase, le dieron tantas ansias y bascas, que con tantos trasudores y desmayos, que él pensó bien y verdaderamente que era llegada su última hora; y viéndose tan afligido y congojado, maldecía el bálsamo y al ladrón que se lo había dado. Viéndole así don Quijote, le dijo:
—Yo creo, Sancho, que todo este mal te viene de no ser armado caballero, porque tengo para mí que este licor no debe de aprovechar a los que no lo son.” (I, 17).Sancho maldecía y aunque se le fue en “desaguarse por entrambas canales” sobrevivió a los experimentos de don Quijote.
Las dos partes que componen la novela de don Quijote dan cuenta de las payasadas de éste y claro, además se incluyen otras historias, algunas muy exageradas, pero que dotan de un realismo al caballero y su escudero (básicamente las “otras” historias pertenecen a la primera parte, la publicada en 1605). Es decir, hay ficciones dentro de una ficción. Esto nos permite disfrutar como frescas y disparatadas las aventuras que acontecen al legendario dúo.
Al revisar, por ejemplo, los capítulos 16 al 18 (I) nos podemos encontrar con una muestra del humor más fino de Cervantes. Don Quijote y Sancho están molidos, porque la confusión del amo empeora las cosas cada vez con mayor presteza y ha creído que la venta —posada cercana a algún camino— donde se alojan es un castillo donde hay moros y encantamientos. Las espaldas del escudero han sido su mejor fiador, como él lo dice. Pero ya entrada la noche, mientras los dos suspiran y se quejan, al señor caballero le viene en mente la receta del famoso bálsamo de Fierabrás que tiene la capacidad de curar las heridas y sanar en un dos por tres a quien lo ingiera.
El cervantista Martín de Riquer señala que este bálsamo se menciona con frecuencia en los libros de caballerías. La historia está basada en una leyenda escrita hacia 1170, que don Quijote conoce gracias a todo lo que ha leído: se cuenta que el rey sarraceno Balán y su hijo el gigante Fierabrás conquistaron Roma, la saquearon y robaron las sagradas reliquias allí veneradas, entre ellas dos barriles con restos del bálsamo con que fue embalsamado Jesucristo, que tenía el poder de curar las heridas a quien lo bebía. Siguen innumerables batallas hasta que Fierabrás se hace cristiano y regresa el bálsamo a Roma.
Lo que hace Cervantes es parodiar la historia y don Quijote remedia en que para confeccionar tal maravilla requiere de aceite, vino, sal y romero.“...él tomó sus simples, de los cuales hizo un compuesto, mezclándolos todos y cociéndolos un buen espacio, hasta que le pareció que estaban en su punto... Y luego dijo... más de ochenta parternostres y otras tantas avemarías, salves y credos, y a cada palabra acompañaba una cruz, a modo de bendición”. (I, 17).
El caso es que para curar sus dolencias don Quijote bebe una generosa porción y cuando terminó, comenzó a vomitar y a dar tantas arqueadas que los personas que contemplaban la escena creyeron que el viejo moriría; pero de entre aquellas rarezas, sudó frío, tembló, durmió algunas y declaró que se sentía mejor. Sancho, al ver la reposición de su amo, pensó que realmente la bebida era milagrosa, se atragantó su parte y: “...primero que vomitase, le dieron tantas ansias y bascas, que con tantos trasudores y desmayos, que él pensó bien y verdaderamente que era llegada su última hora; y viéndose tan afligido y congojado, maldecía el bálsamo y al ladrón que se lo había dado. Viéndole así don Quijote, le dijo:
—Yo creo, Sancho, que todo este mal te viene de no ser armado caballero, porque tengo para mí que este licor no debe de aprovechar a los que no lo son.” (I, 17).Sancho maldecía y aunque se le fue en “desaguarse por entrambas canales” sobrevivió a los experimentos de don Quijote.