Diecisiete de veintidós.
Locura y cordura son las señales evidentes en la construcción de don Quijote. Mucho se comenta sobre los conocimientos que Miguel de Cervantes tenía acerca de la medicina, de que si conocía como la palma de su mano el libro de Erasmo de Rótterdam (Elogio de la locura) y otras materias relacionadas con la ciencia de su época. Conjeturas que los cervantistas han ido resolviendo a través de los tiempos.
Si el manco de Lepanto conocía o no materiales relacionados con la condición mental, lo cierto es que al configurar a su personaje central logra que la locura sea el elemento central de su novela. Sin esta aflicción sería imposible comprender cualquiera de las aventuras que tienen relación directa con su protagonista. ¿Conocemos en realidad a alguien que se haya vuelto loco por sólo leer novelas? Si tomamos como referencia las primeras líneas de la novela nos percatamos que se trata de un hombre de cincuenta años, de cierto linaje pero con muy poco dinero, inserto en un espacio de pobreza y austeridad (las “galas” las vivirá en la segunda parte de la novela, la de 1615, cuando por fin convivirá con unos duques) y con la particularidad de que su visión es la que acomoda cuanto observa a los terrenos de su imaginación.
Un juego de verdades y mentiras que son evidentes para el lector. Por eso disfrutamos y nos ensañamos tanto con don Quijote, porque se trata de un tipo enjuto que toma como verdad histórica lo que es una ficción. En su primera salida, por ejemplo, antes de que convenza a Sancho Panza, se nos cuenta que hacía un calor de los mil demonios, al grado que al buen caballero andante se le hubiesen derretido los sesos, si algunos tuviera. Pero este carácter de vivir inserto en el mundo de la fantasía también logra la compasión del quienes leemos sus aventuras, pues quienes lo rodean siempre deciden darle por su lado y pasarse un buen rato... el hombre es un “héroe” que se dedica a hacer payasadas. Cosa que no se había leído hasta entonces.
Edward C. Riley, en su Introducción al Quijote menciona que: “Es curioso que no se sugiera en ningún momento de la novela que Don Quijote debiera ser encerrado en un sanatorio... Como tampoco se hace ninguna mención a una posible relación de aquél con la hechicería, a pesar de su interés por los encantadores. Uno debe concluir, pues, que Cervantes deseaba evitar las asociaciones que evocaran los asilos públicos y la nigromancia”. (Crítica. Barcelona. P. 67).
Locura y cordura son las señales evidentes en la construcción de don Quijote. Mucho se comenta sobre los conocimientos que Miguel de Cervantes tenía acerca de la medicina, de que si conocía como la palma de su mano el libro de Erasmo de Rótterdam (Elogio de la locura) y otras materias relacionadas con la ciencia de su época. Conjeturas que los cervantistas han ido resolviendo a través de los tiempos.
Si el manco de Lepanto conocía o no materiales relacionados con la condición mental, lo cierto es que al configurar a su personaje central logra que la locura sea el elemento central de su novela. Sin esta aflicción sería imposible comprender cualquiera de las aventuras que tienen relación directa con su protagonista. ¿Conocemos en realidad a alguien que se haya vuelto loco por sólo leer novelas? Si tomamos como referencia las primeras líneas de la novela nos percatamos que se trata de un hombre de cincuenta años, de cierto linaje pero con muy poco dinero, inserto en un espacio de pobreza y austeridad (las “galas” las vivirá en la segunda parte de la novela, la de 1615, cuando por fin convivirá con unos duques) y con la particularidad de que su visión es la que acomoda cuanto observa a los terrenos de su imaginación.
Un juego de verdades y mentiras que son evidentes para el lector. Por eso disfrutamos y nos ensañamos tanto con don Quijote, porque se trata de un tipo enjuto que toma como verdad histórica lo que es una ficción. En su primera salida, por ejemplo, antes de que convenza a Sancho Panza, se nos cuenta que hacía un calor de los mil demonios, al grado que al buen caballero andante se le hubiesen derretido los sesos, si algunos tuviera. Pero este carácter de vivir inserto en el mundo de la fantasía también logra la compasión del quienes leemos sus aventuras, pues quienes lo rodean siempre deciden darle por su lado y pasarse un buen rato... el hombre es un “héroe” que se dedica a hacer payasadas. Cosa que no se había leído hasta entonces.
Edward C. Riley, en su Introducción al Quijote menciona que: “Es curioso que no se sugiera en ningún momento de la novela que Don Quijote debiera ser encerrado en un sanatorio... Como tampoco se hace ninguna mención a una posible relación de aquél con la hechicería, a pesar de su interés por los encantadores. Uno debe concluir, pues, que Cervantes deseaba evitar las asociaciones que evocaran los asilos públicos y la nigromancia”. (Crítica. Barcelona. P. 67).
Los aspectos de la locura de don Quijote son evidentes, todo lo transforma: a las putas las convierte en damas, a los rebaños de ovejas en ejércitos y a las ventas en castillos. Pero es una locura sin caprichos, que abarque la totalidad del mundo, pues todo lo inclina hacia lo caballeresco y para ello necesita, de entrada, a alguien que se lo crea y sin duda es el tonto sabio de Sancho Panza.