miércoles, agosto 24, 2005

Entre lo cotidiano

Diecinueve de veintidós.

En cada personaje del Quijote hay una realidad que se resiste a dejar su lugar a la fantasía; cuando Cervantes compuso la novela su intención era de carácter irónico, sarcástico; pretendía denunciar la hipocresía del mundo que lo rodeaba, subrayar la inevitable contradicción que existía entre el buen decir literario y la falsa prosa de las novelas de caballería.
Si bien su héroe central perdía el juicio, el resto de los personajes estaban concientes de que el asunto se trataba de seguir la fiesta a un loco. Quizá Sancho Panza es el único ingenuo (al menos en la primera parte de la novela) que se cree cuanto su amo dice, participa con él y va descubriendo el mundo a la vez que los diálogos sostenidos con don Quijote le sirven de alimentación intelectual y al espíritu. Si el humilde escudero sale de aquel lugar de la Mancha como un verdadero ignorante, para cuando las aventuras cesan, ya no se trata de un burdo labrador sino de un personaje que se ha ido construyendo conforme avanza la novela.
Para Luis Quintana Tejera (de la UAEM) la novela de Miguel de Cervantes significa la representación de la fantasía justo cuando ésta se confronta con la realidad. La balanza que nos hace comprender el mundo enrevesado en que vive don Quijote siempre que muestra la vida cotidiana de su época. Recordemos que la locura de Alonso Quijano es el punto inicial y lo que sostiene la totalidad de la historia; Sancho Panza es un tipo bonachón e ingenuo; pero el resto de los personajes —hay quien ha contado, numéricamente la existencia de unos 669, según Edward C. Riley— no extravía su capacidad de observación. De este contrapunteo realidad/fantasía vienen los equívocos y las burlas.
Así, los recursos descriptivos de Cervantes son arrancar la verdad que estaba oculta en las raíces de lo cotidiano. Cuando a don Quijote lo “arman caballero”, tenemos con detalle el pulso cotidiano de una venta. Sabemos que no hay lechos, que por ser viernes sólo se come, al menos allí, un pescado salado de muy pésimo cocimiento. Que se cobra por la comida, el lugar donde se duerme y la paja que consumen los animales. Cuando don Quijote expresa al ventero los ideales de su caballería andante, él le responde que está de acuerdo, pues también ha pasado la vida: “Haciendo muchos tuertos, recuestando muchas viudas, deshaciendo algunas doncellas y engañando algunos pupilos...” una ironía evidente. Y si el ventero, las putas y otros huéspedes deciden seguir el juego es porque no encuentran algo más entretenido en qué pasar la noche.
De esta manera, la novela de Cervantes proporciona cuadros de costumbres que reflejan la comida, las maneras de viajar, el ideal de la belleza, la visión del amor y las pasiones, los vicios, la impartición de justicia, por mencionar algunos aspectos. Y quizá se trata de cuestiones que serían compresibles y evidentes con análisis exhaustivos, pero sin ellos, incluso, el lector puede reír porque mientras que se describe la escena enseguida se echa mano de la distorsión quijotesca.
El lector que decida entrar a la novela se va a encontrar con las posibilidades de una historia total, pero antes que ello, con un libro de humor.