jueves, agosto 25, 2005

Don Quijote y las mujeres

Veinte de veintidós.

Que si a don Quijote se le ha hecho justicia, pues está siempre por verse. El caso de la figura femenina en la novela de Cervantes es muy interesante. Algunos han querido ver una cierta atracción homosexual entre el caballero y Sancho Panza, pero no hay indicios de ello. La locura de Alonso de Quijano lo conduce a perseguir el ideal caballeresco que había leído en aquellas novelas de tan escaso provecho, y la fijación de aquellos héroes era mantener una estrecha fidelidad a la mujer que habían elegido por dama.
Añadamos que en la novela la presencia femenina es constante, desde la sobrina y el ama que viven con Alonso hasta los personajes reales y a quienes ya don Quijote, les imprime roles distintos. De Dulcinea, leemos en el capítulo 13: “... su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad, por lo menos, ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que los cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que sólo la discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas”.
Cuando algunos de quienes le escuchan dan en el clavo, por las pocas referencias verdaderas que don Quijote brinda acerca de su dama, tienen por hecho que se trata de Aldonsa Lorenzo, una saladora de puercos, con bolas en la cara y horrible por cualquier punto. Si el amor es ciego, el amor idealizado es aún más peligroso.
Aldonza era una moza labradora encargada de la limpieza del corral de los cerdos de su padre. Fue la mujer de la que Don Quijote estuvo locamente enamorado disfrazada en su imaginación y transformada en la gran señora de sus sueños. Sancho dice que tiene mucha fuerza y potencia de voz y que con todos se burla y de todo hace mueca y donaire y que huele a sudor.
Un capítulo más adelante, en el 14, Cervantes ofrece una de las historias de amor más tiernas de la novela, pese a su final trágico. Se trata de la pastora Marcela y el desafortunado de Grisóstomo. Este es un hombre que se enamora de una mujer realmente hermosa (“...pareció la pastora Marcela, tan hermosa, que pasaba a su fama su hermosura.”) pero no es correspondido. Tanto es su pasión que se consume y muere. Los amigos del desdichado culpan a Marcela, “fiero basilisco destas montañas”. ¿De qué se le culpa? Sólo de no corresponder a un amor que ella jamás alentó.
He aquí una breve transcripción del discurso de Marcela: “Hízome el cielo... hermosa... por el amor que me mostráis, decís, y aún queréis, que esté yo obligada a amaros... más no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. Y más, que podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir: Quiérote por hermosa; hasme de amar aunque sea feo... siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos han de ser los deseos... la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado la naturaleza... la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado o como la espada aguda, ni él quema ni ella corta quien a ellos no se acerca... quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos”. Creo que es una fracción conmovedora y al menos una muestra de que no hay misoginia en Cervantes ni desdén en don Quijote. Esta historia de Marcela la hemos visto en el cine y en los dramas de nuestra cotidianeidad, incluso el colgar atributos a quien no los tiene. El amor es ciego y los clásicos de la literatura no escapan de ello. Si no, invoquemos a Ovidio y su “Arte de amar”.