Sexta de veintidós.
Las exageraciones son muy dadas cuando los grandes acontecimientos andan en boca de todos. No faltará quien diga que 2005 es el año de la gran fiesta en la literatura universal porque hace cuatro siglos apareció un monumento de las letras hecho con el mármol del idioma español. Otros van a esgrimir que el festejo le corresponde, antes que todo, a los cuatrocientos millones de hablantes con que el español cuenta en la actualidad. Quizá alguien apunte que al banquete sólo entra quien acurruque bajo su brazo uno de los millones de ejemplares que se editan cada año. Sin olvidar las adulaciones, quizá topemos con el purista que antes de convidar el primer manjar nos cuestione sobre la identidad del cumpleañero sólo para cerciorarse de que no somos unos advenedizos y nos hacemos acreedores a una rebanada de pastel.
Lo que sí nos consta es que hace 400 años circulaban los ejemplares de la primera edición (la famosa del impresor Juan de la Cuesta) de la que sería la primera parte del libro que reunía a casi todos los géneros literarios conocidos en su tiempo. Que lo había “compuesto” un tal Miguel de Cervantes, persona de poca fama y menos fortuna. Aquel libro tan parecido a las novelas de caballerías, se llamó: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.
Nadie imaginaba el rotundo éxito de una historia que contaba la vida de un viejo a quien: “...se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; el poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio” (Parte I. Cap. I).
Si aquel loco hubiera sido “de atar”, pues lo hubiesen atado y sanseacabó la historia. Pero este se trataba de un loco bueno y aparentemente manso. Al perder el juicio decide: “...hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y ejercitarse, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama” (Parte I. Cap. I). Muchas serán las aventuras, interminables los sortilegios. Don Quijote cabalga sobre un rocín y a su lado van poco más de seiscientos personajes; va la España peninsular de toda una época, desde curas y ladrones, porqueros y nobles, truhanes, monjes, hasta mujerzuelas y esperpentos. Unos van y vienen, pero al darse cuenta que a don Quijote le abandona el buen juicio, todos se retiran con una franca sonrisa. Pero sólo un personaje es prácticamente quien le acompañará siempre, un labrador brusco e ignorante, amante de la paz y muy entendido en asuntos como el vino, la hogaza y un trozo de queso. Es Sancho Panza, el de los refranes, el precavido, huidizo pero con la firme convicción de llegar a gobernar una ínsula por merced de sus servicios como escudero. La ínsula Barataria de la que el sirviente saldrá, a diferencia de cualquier gobernador de ese y estos tiempos, igual de pobre que como entró. Sancho prefiere renunciar a la grandeza a cambio de seguir junto a un amo, un amo al que ama: Alonso Quijano, cuando es hombre cuerdo; don Quijote cuando pierde el juicio y el Caballero de la Triste Figura, cuando más loco que vencido anda marchito, iluminado por la luna.