Séptima de veintidós.
La novela más famosa de Miguel de Cervantes está de moda y al igual que la Biblia, siempre anda en boca de los que hablamos el idioma español, aunque nunca las hemos leído. Pero ¿hasta dónde un ser humano es culto por haber leído el famoso Quijote? No se trata de una novela de fácil acceso aunque sí muy accesible, fue escrita hace cuatrocientos años y obvio, para una sociedad que no conocía televisión.
Lo primero que espanta de don Quijote es la cantidad de páginas. Sincerémonos, suena a reto del mundo sentarse a leer un voluminoso libro sólo porque se trata de una referencia obligada para los usuarios del idioma español... dejemos a un lado las cantaletas de que fue una obra que obligó a muchos escritores a aprender nuestro idioma sólo para leerla y que después de ella el concepto de literatura y de narración o de contar una historia cambió en su totalidad. Mejor vamos a quedarnos con una imagen, es una historia muy divertida pero a ella, como a un laberinto, no hay que entrar solos.
¿Cuál es la razón para buscar una “guía”? ¿Podemos confiar en los libros que requieren de otros libros para comprenderlos? Con el respeto que las creencias religiosas merecen, la Biblia, por ejemplo, es uno de los libros —sea palabra de Dios o de los profetas o de los traductores o de los curas o pastores— más comentados del mundo occidental. Y bueno, aquellos que conocemos como “clásicos” no los podríamos comprender sin que otros nos dieran algunas pistas, algunos consejos para abrir su páginas. Antes de leer a Platón uno debe comenzar por el prólogo y nunca están por demás las notas a pie de página.
En el caso de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha la sugerencia es no obligar a nadie, mucho menos si se trata de un adolescente, a leerlo. Comprendamos que hay personas que han vivido muy tranquilas sin enterarse de la existencia de tantos libros. Pero hagamos una pausa y tratemos de entender que tal vez la muerte nos sorprendería con una sonrisa dibujada en los labios porque gracias a los libros hemos comprendido los misterios de la vida, porque gracias a ellos comprendemos que nuestro tránsito por el mundo significa precisamente una cabal comprensión de lo que nos rodea y por decirlo de algún modo, leer a los clásicos es reconocer por escrito el escrito de nuestras filias y nuestras fobias, los que nos determina como seres humanos. Las ventajas de leer a un clásico de la literatura, en esta época, son varias. A la mano tenemos sistemas de información que nos pueden auxiliar para comprender mejor una obra determinada. Yo sugiero —quizá los académicos me apedreen y propongan que me prohiban dar clases— que el futuro lector de don Quijote, por ejemplo, se acerque al Internet y revise el exquisito catálogo que tiene la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (cervantesvirtual.com); la BBC también ha preparado un portal a propósito de la conmemoración (está disponible en versión de lengua española) y allí el futuro lector se encontrará con sugerencias que le indicaran si leer antes, capítulos aislados, o si acceder por medio de citas. La cuestión es darse un tiempo, un respiro, y perder el miedo a estas complicadas arquitecturas.