Quince de veintidós.
Don Quijote es viejo, pero no tanto como otros personajes que nos acompañan en la imaginación. Él apenas tiene cuatrocientos años y por varias razones ha llegado hasta nuestros días como una de las obras más importantes en la literatura universal. Para sus primeros lectores, los del siglo XVII, fue una novela divertida y de lectura provechosa. Si atendemos a los análisis que los hispanistas han efectuado, una de las finalidades de la obra era un ataque directo a las novelas de caballerías. Estas novelas eran pasto común entre los españoles de la época cervantina y gracias a ellas pululaban las damiselas engañadas y los bastardos, porque gracias a la paja que alimentaban las historias, muchas eran las mujeres embaucadas o las que daban pruebas de amor a sus caballeros andantes.
La cuestión es que el Quijote pasó sus buenas épocas entre los lectores castellanos. Pero sería en edición londinense de 1781 cuando John Bowle realizó las primeras anotaciones, pues ya desde entonces la novela requería de algunas indicaciones para su plena comprensión. Fue la primera novela moderna, sin duda, y de alguna forma sustituyó el influjo de la poesía y marcó, en definitiva, el nuevo rumbo de la literatura. A cien años de su aparición, la historia de Cervantes quedó como un buen sabor de boca, lo venidero era lo que más llamaba la atención.
Las aventuras de Alonso Quijano y Sancho fueron rescatadas por los románticos del siglo XIX y sería precisamente con los alemanes, quienes buscaban el ideal caballeresco de la Edad Media. Allí estaba don Quijote, respondiendo a las exigencias de la nueva moda literaria. Se identificaban con el idealismo de un viejo que pese a sus flaquezas estaba dispuesto a conquistar el mundo con la única condición de un amor no correspondido y a quien no le importaba el rechazo o la indiferencia de una sociedad que no estaba dispuesta a escucharle. Recordemos el triángulo del movimiento: una patria en guerra, un amor imposible y una enfermedad incurable.
Lo importante, también así lo vieron los ingleses, era rescatar un tiempo en que los hombres tenían ideales y estaban dispuestos al sacrificarse por ellos. Reconocían el valor del amor entre hombres y mujeres, menospreciaban el dinero y anhelaban aquella Edad de Oro. Edad que por supuesto, jamás existió.
El siglo XIX reconoció en don Quijote a una riquísima veta de aventuras que podían ser trasladadas a la literatura y en la España no sería hasta mediados del siglo cuando Cervantes adquiere el parangón de héroe nacional y objeto de culto. El siglo XX comienza a observar los grandes estudios y el surgimiento de verdaderos cervantistas, quienes no sólo se ocupan del Quijote sino de la producción literaria de Miguel de Cervantes y Saavedra y no se cansan en decirnos, en señalarnos, que es un obra imperecedera, pues lo que retrata, si empleamos la imaginación, podemos trasladarlo hasta nuestros días.
Don Quijote es viejo, pero no tanto como otros personajes que nos acompañan en la imaginación. Él apenas tiene cuatrocientos años y por varias razones ha llegado hasta nuestros días como una de las obras más importantes en la literatura universal. Para sus primeros lectores, los del siglo XVII, fue una novela divertida y de lectura provechosa. Si atendemos a los análisis que los hispanistas han efectuado, una de las finalidades de la obra era un ataque directo a las novelas de caballerías. Estas novelas eran pasto común entre los españoles de la época cervantina y gracias a ellas pululaban las damiselas engañadas y los bastardos, porque gracias a la paja que alimentaban las historias, muchas eran las mujeres embaucadas o las que daban pruebas de amor a sus caballeros andantes.
La cuestión es que el Quijote pasó sus buenas épocas entre los lectores castellanos. Pero sería en edición londinense de 1781 cuando John Bowle realizó las primeras anotaciones, pues ya desde entonces la novela requería de algunas indicaciones para su plena comprensión. Fue la primera novela moderna, sin duda, y de alguna forma sustituyó el influjo de la poesía y marcó, en definitiva, el nuevo rumbo de la literatura. A cien años de su aparición, la historia de Cervantes quedó como un buen sabor de boca, lo venidero era lo que más llamaba la atención.
Las aventuras de Alonso Quijano y Sancho fueron rescatadas por los románticos del siglo XIX y sería precisamente con los alemanes, quienes buscaban el ideal caballeresco de la Edad Media. Allí estaba don Quijote, respondiendo a las exigencias de la nueva moda literaria. Se identificaban con el idealismo de un viejo que pese a sus flaquezas estaba dispuesto a conquistar el mundo con la única condición de un amor no correspondido y a quien no le importaba el rechazo o la indiferencia de una sociedad que no estaba dispuesta a escucharle. Recordemos el triángulo del movimiento: una patria en guerra, un amor imposible y una enfermedad incurable.
Lo importante, también así lo vieron los ingleses, era rescatar un tiempo en que los hombres tenían ideales y estaban dispuestos al sacrificarse por ellos. Reconocían el valor del amor entre hombres y mujeres, menospreciaban el dinero y anhelaban aquella Edad de Oro. Edad que por supuesto, jamás existió.
El siglo XIX reconoció en don Quijote a una riquísima veta de aventuras que podían ser trasladadas a la literatura y en la España no sería hasta mediados del siglo cuando Cervantes adquiere el parangón de héroe nacional y objeto de culto. El siglo XX comienza a observar los grandes estudios y el surgimiento de verdaderos cervantistas, quienes no sólo se ocupan del Quijote sino de la producción literaria de Miguel de Cervantes y Saavedra y no se cansan en decirnos, en señalarnos, que es un obra imperecedera, pues lo que retrata, si empleamos la imaginación, podemos trasladarlo hasta nuestros días.