miércoles, agosto 17, 2005

Sin temor a don Quijote

Catorce de veintidós.

Las disparatadas aventuras de don Quijote de la Mancha fueron escritas, no lo perdamos de vista, con una lentitud asombrosa para nuestro tiempo. Cervantes se valió de pluma y tintero y las palabras que incluyó (independientemente de errores y erratas que se han encontrado en la novela) fueron meditadas, medidas. Fue una historia pensada, además, para los lectores de su tiempo y si ellos advirtieron los arcaísmos comprendieron que se trataba de una broma, de presentar más anquilosado al viejo caballero.
Pretender que un joven entre al Quijote, de manera lineal, consecutiva, es arrojarlo a un laberinto. Puede que la novela esté de moda y merezca año con año cientos de ediciones, tesis doctorales, coloquios, conferencias y hasta festivales. Pero no hay cosa peor que leer por obligación, primero, y en segundo lugar enfrentarse a cientos de páginas sin una guía o una mano que conduzca. Las ediciones con notas o “comentadas” ya se ha escrito, son mejores en estos casos. Pero si bien los apartados pueden ayudar, comprometerse y jurar leer uno o dos capítulos por día tiene el retintín de las dietas: se comienza bien y se termina con la desilusión.
Quizá existan varias probabilidades. Una de ellas, la más sencilla, es tener una aproximación mediante el cine. Jamás será lo mismo leer una historia que verla en la pantalla, de entrada porque son discursos totalmente diferentes. Las adaptaciones que tienen como punto de partida a una obra literaria, necesariamente muestran la “versión” del realizador y no la del autor. No mandemos a la hoguera los filmes, las obras de teatro, las comedias musicales, las series de dibujos animados e incluso las historietas o las “selecciones” para niños y jóvenes. Todo sirve y mejora, cuando se tienen claros los objetivos tanto de quien ha producido, como de quien lo consume.
Para aquellos que se desgarran las vestiduras, los puristas, los que defienden que la letra con sangre entra, bastará decirles que la Biblia es un caso típico de la desinformación cultural. En la mayoría de los hogares que profesan un rito que parte de la doctrina cristiana, hay una Biblia. Paradójicamente lo convierten, de libro, a objeto sagrado. Es la palabra de Dios, bueno, para quien cree en ese Dios. Pero todos hablan de ella y comprenden las historias comunes, es decir, las que han gozado mayor difusión. Si hablamos de Sansón y Dalila quizá no tengamos que devanarnos los sesos para explicar la anécdota. Puede ser muy diferente con las enseñanzas del profeta Óseas, por ejemplo; para referirnos sólo a los libros compilados en el Antiguo Testamento.
Una posibilidad de acercarse a don Quijote, de no verlo más como un libro aburrido, es acudir, antes de una lectura comprometida, con los lugares comunes a los que remite el imaginario colectivo. Es decir, personas medianamente informadas en la literatura hispanoamericana conocen la aventura con los molinos de viento, esa confusión de las moles castellanas con gigantes legendarios. ¿No? Pues si nos aproximamos por lo que ya damos como familiar, a la hora de entrar en las páginas, nos daremos cuenta que la historia y la narración —el argumento— es mucho mejor de lo que suponíamos.El hispanista Daniel Eisenberg recomienda la siguiente guía: de la primera parte, capítulos 7 al 23 (aparición de Sancho hasta la entrada en Sierra Morena); del 1 al 5 (primera salida de don Quijote); de 33 a 36 (novela del Curioso impertinente) y del 43 al 47, las últimas aventuras. Sin duda, el lector se topará con situaciones que, por ser herederos de esta lengua, se le harán conocidas, familiares, cercanas y con ello verá que la novela cervantina es su patrimonio y la sorpresa suma puntos cuando nos percatamos de que esa sabrosísima historia tiene un punto de partida sencillo, relativamente fácil: un aficionado a los libros de caballerías que pierde contacto con la realidad y cree que sucedió cuanto ha leído”.