martes, agosto 16, 2005

Soldados para tiempos de necedad

Treceava de veintidós.

Don Quijote, desde que comienza sus andanzas hasta que es derrotado por el caballero de la Blanca Luna (segunda parte), tiene muy claro que él no es soldado y antes que luchar por su rey, patria y Dios sus aventuras son para ganar el amor de su bella Dulcinea. Una muy sustanciosa parte de sus desaguisados vienen cuando el viejo caballero andante exige a quienes se topa en su camino vayan directo al Toboso para rendir homenaje a la dama que le priva el sueño y le borra los entendimientos. Está claro que los transeúntes saben que tratan con un loco y como tal lo soportan, aunque no por ello deja de lloverle piedras.
Si don Quijote vivía anclado en un pasado que además era ficticio —su locura viene de leer tantos libros de caballerías—, Miguel de Cervantes también añora las glorias de un pasado del que fue protagonista cuando tomó como oficio el de soldado. La derrota que la armada española causó a las fuerzas turcas en la famosa batalla de Lepanto representaba para Cervantes y los hombres de su generación un momento culminante en sus vidas. Por una parte, él había tomado parte de aquella afrenta bélica, y por otra, aquel triunfo representaba el favor de Dios al rey de España y también la protección al resto de Europa, pues habían logrado detener la amenaza infiel sobre tierras de la cristiandad. Pero ya en el tiempo de la vejez, el manco escritor sabe que de aquello tan sólo vagos recuerdos y el polvo son el único patrimonio. Si te vi, ni me acuerdo.
Hacia la tercera parte del siglo XVI España goza de un prestigio insólito. Es la potencia más poderosa del mundo occidental y sus territorios se ensanchan cada vez con mayor rapidez. El poderío turco ya no intimida al imperio; ahora serán las rebeliones internas, la defensa del Atlántico y la sombra de la herejía que pisa los talones de sus muy católicas majestades, quiere decir el odio de los holandeses, ingleses y franceses. Pero una de las causas que cimbraban al trono madrileño eran las incursiones piratas porque la plata que llegaba de las Indias estaba en peligro y sin ella no había forma de mantener tantos ejércitos como guerras encantaba iniciar y sostener a los Austrias.
Para 1590 inicia una profunda crisis en la península. El ejército “normal” ya no puede abastecer ni siquiera a los pocos soldados profesionales con los que cuenta. Leva obligatoria; los soldados, al no recibir paga, se convierten en mendigos. La peste (1596-1602) ocasiona bajas entre la población. El rey aprieta los cinchos y los impuestos se incrementan al quíntuple. Deuda con los banqueros y entre la población circula una deducción muy clara: por cuidarlo todo, se perderá todo; que los herejes se queden en manos del Demonio o las de Dios, España ya ha hecho suficiente por el mundo, ¿quién le tenderá la mano? Don Quijote nace en un mundo cundido por el desengaño, la humillación, la pobreza y la rapiña. España está aislada del mundo, cuenta con numerosos enemigos, pero no conoce un solo amigo. ¿No era lógico divertirse un poco al leer las disparatadas aventuras de un loco que se aferra a un pasado que jamás existió?