lunes, agosto 29, 2005

Veintidós estampas cervantinas

Última de veintidós.

Don Quijote de la Mancha nos resulta familiar por cuestiones más culturales que de lectura; es una referencia obligada para los poco más de cuatrocientos millones de usuarios con que cuenta la lengua castellana (o “española”, como se le conoce oficialmente); una lengua joven —apenas mil años— y en constante evolución; lo que felizmente le augura una lejana desaparición. El personaje ideado por Miguel de Cervantes y Saavedra ha cumplido apenas sus 400 años de edad. El mundo hispanoamericano cada temporada le dedica análisis, coloquios, exposiciones, versiones teatrales y hasta recetas de cocina; era de esperarse que el 2005, como año del cuarto centenario, iba a dar mucho qué hablar.
Y es una paradoja que a la comunidad de Hispanoamérica nos una precisamente esta historia que resuma por todas sus partes el ideal de la edad dorada, la caballería portentosa y plagada de héroes y situaciones fantásticas, tiempo sólo mítico, porque jamás existió como tal. Es curioso que le hayamos tomado un afecto inmenso a ese viejo loco llamado Alonso Quijano a quien le dio por nombrarse don Quijote, que por patria llevaba La Mancha.
Si esta novela de Cervantes se trata de una historia con edificante valía aún para el siglo XXI, la esperanza es que se convierta no sólo en uno de los libros más citados desde las charlas de café hasta los escritos más eruditos. La expectación es que se trate de un libro leído, común a todos los que pretendemos el pasaporte de ciudadanía en el universo de la literatura. Que este y otros autores no se lapiden bajo el chocante argumento de que todo está escrito, de que no hay tema por agotar. Al contrario, lo óptimo, la tan a veces menguada ilusión de académicos y escritores, es continuar buscando las vetas a las que cada generación puede y tiene el derecho de explotar. Total, que mientras sigamos existiendo como género, las pasiones y los pecados capitales son parte innegable de nuestra capacidad humana. Se llega al amor porque se ha conocido el odio; catalogamos las virtudes porque tenemos un conocimiento experimentado en los defectos.
Aquí, en estas veintidós entregas se han pretendido mostrar los aspectos que este lector especuló pudieran resultar atractivos para acercarse a la obra. Faltó demasiado, por supuesto... se omitieron episodios que merecían comentarse a fondo, un listado de los sabrosísimos dichos del escudero Sancho Panza, muchas y muy disparatadas aventuras, un listado de los cervantistas más importantes y bueno, en unas líneas no se puede ofrecer cuanto se quisiera. La única salvedad es que la miscelánea sobre temas históricos, literarios y los relativos a don Quijote lograran despertar la curiosidad del lector y animarlo a perder el miedo a una novela que fue escrita, pese a todo, sin que el autor haya siquiera pensado en nuestro tiempo, en su lector del siglo XXI. Pero también se trataba de arrojarlo a recrearse con una historia seria y cómica.
A partir de mañana volvemos a lo cotidiano, a tratar de explicarnos los acontecimientos noticiosos... a emplear el humor de don Quijote, porque a veces esa realidad se impone y es mejor enfrentarla con algunas burlas. Y en algunas ocasiones, por qué no, a intentar copiar la sabiduría de Sancho Panza, ese brusco labrador que aprendió de la vida y que al final de aquella novela saldría casi tan “letrado” (de no ser porque jamás aprendió a leer y escribir) como muchos que presumían de hondo conocimiento. Gracias, estimado lector, por seguir estas necedades que si te orillaron a adquirir la obra, te prometo que no habrá sido en vano. Y ahora sí, nos vemos mañana, tranquilo yo, porque nuestra clase política jamás deja de cometer tonterías.