domingo, septiembre 11, 2005

Incordiar hasta diciembre


Para despertar las verdaderas pasiones, esas que anidan justo a la mitad del pecho de este pueblo de México sólo hay que programar una guerra de televisiones para que las pobrezas culturales que señalan la demencia de un pueblo sumido en la ignorancia salgan a flote. Es decir, programar un clásico de clásicos futboleros o comenzar a invadirles la imaginación para que las semillas del patriotismo, por ejemplo, comiencen a germinar en sus ansias necesitadas de pretextos, tan urgidas de un dedo que les señale justo el orificio donde han de hurgarse.
Y es de cada año ver cómo el mes de septiembre corresponde al inicio del bombardeo nacional cuyo pretexto es mostrarnos que vivimos en un país rico —tanto que puede sostener el lujo de enviar guachos en misiones humanitarias, para ayudar a nuestros imperiales vecinos del norte— y por lo mismo, manco, cojo y tuerto en todas las responsabilidades de sus actores nacionales. Los gobernantes le echan la culpa a la inseguridad y las pocas voces que se atreven a comentar (no analizar) el tema, balbucean que la culpa es de los narcotraficantes. Y total, los narcos que han llegado a las universidades aprovechan algunas influencias académicas para que declaren que la culpa de que vivamos en esta inmundicia son los pobres y los pobres dicen que qué culpan tienen ellos de que seamos un país de rateros y mentirosos, acto seguido bostezan, se acuestan dos y amanecen tres; ¿qué coño?. Pero hay que ponerse de acuerdo.
El acuerdo posible lo observamos justo en las pantallas de las televisoras nacionales. Ante la incapacidad de otras voces, la televisión cumple la función de conciencia nacional y un tono engolado se encarga de explicarnos en 20 segundos, nomás unos cuantos siglos de historia. Qué orgullo aquel de pertenecer a un país de colores, a la tierra del tequila y los tacos de carnitas, a la de los aficionados a desgañitarse por veintidós orangutanes que corren en una cancha de césped y a la de fieles que presumen de recibir con espejos a un anciano con batita blanca. Y claro, esto es como en las fiestas donde se confrontan los atributos de una familia y de otra: se presumen los potenciales, porque si tenemos un hijo huevón al menos será alto. O si la hija está fea que es igual como escupir la hostia, pues su buen sazón hablará por ella. Es decir, aunque nos empecinemos en seguir viendo lo bonito, la fealdad continuará de todas formas.
¿Cómo podemos sentir orgullo de un pasado si tan sólo nos muestran las imágenes de un presente maquillado? Hasta diciembre no dejarán de transmitirse las cortinillas que repetirán vivimos en el país de la familia, del amor verdadero. Lo que irá cambiando son los escenarios y las vestimentas; es decir, es estos momentos los monigotes aparecen vestidos de charros, luego vendrán las calaveras para terminar con bufandas y gorros de estambre. Aunque en el estado de Guerrero, como decía una atenta alumna, los niños no conozcan la leche. Pero el lío no sólo es el estado del sur, sino la mentalidad que se transmite a toda una población. Sí, mucha violencia, pero también la dignidad patria; miseria por todos lados, pero hay que comprar una botella de tequila para este quince. Pero cada año es lo mismo, banderitas, sombrerotes, cohetes y cuetes.