Suponga que las corporaciones que diseñan los famosos buscadores y que ofrecen, como un anzuelo adicional el servicio de “mensajería instantánea” le añadan a esos MSN: gruñidos y otros ruidos hilarantes. Traten ustedes de imaginar el desastre en todos los idiomas del mundo, o al menos de aquellos expuestos al usuario común de la red. Y es que la moda de estas mensajerías —gratuitas— ha determinado que en lugar de escribir se pulsen sólo una o dos teclas para que el milagro de las onomatopeyas haga su efecto. Ya no podemos conformarnos con escribir un: Jajajajajajajajaja para que el destinatario comprenda que lo empleamos para significar una risa (la onomatopeya más común) sino que ahora requerimos de monigotes encuerados; caritas sonrientes, enfadadas, chimuelas e incluso, unas que, con algo de imaginación y malicia, indican desde resacas hasta lujurias.
Los abusos de estos servicios obligan a que cada vez se lea más, una ventaja; pero si atinamos en que se lee y se escribe mucho, también habría que analizar la calidad de la escritura; las condiciones del mensaje. Es cierto que si partimos desde el esquema básico de comunicación y el más simple: Quién le dice qué a quién (una propuesta de Aristóteles) la función se cumple siempre y cuando las personas inmiscuidas en el proceso descifren de la misma forma los signos que emplean. Lo que yo asumo es que a larga la función de estos “facilitadores” de las palabras irán conduciendo a una verdadera catástrofe en la manera de escribir y comprender los mensajes... es decir, emplear como salvoconducto un monigote no tiene otra equivalencia que la de empobrecer la riqueza y variedad lingüística de un idioma. Tanta hueva da escribir “adiós” que los intrépidos cibernautas prefieren manipular unas cinco teclas de su ordenador para que una carita amarilla despliegue una enguantada mano que abre y cierra los dedos. Qué ternura.
Y ese vicio de los comodinos se extiende de una manera apabullante. Las palabras comunes (tampoco es cosa de que escriban “heteretopías”) se emplean cada vez menos y en un futuro sucederá que ya ni se comprenderán. Una parte, sólo una, de este horizonte pictórico cuyo esplendor es la burrez es que los mensajes hechos y construidos para ser leídos, encontrarán menos destinatarios dispuestos a descifrarlos. Es decir, la producción cultural, científica y tecnológica que reconoce en el papel su único soporte físico verá reducidas sus posibilidades en la medida que aumentan las permisividades del nuevo idioma.
Milan Kundera, en su novela La inmortalidad, escribía que es cierto, que en el mundo existen muchos gestos que individuos; porque de alguna forma todos tenemos un código similar para despedirnos, dibujar una trayectoria con la mano y agitarla suavemente. O será que para el año 4000 de la era de la Nada los antropólogos se devanen los sesos para explicarse cómo carajo nos dábamos a entender y según nosotros podíamos comunicarnos tan rápido y creer que eso sí, somos tan felices gracias a la tecnología... Y con todo el respeto que merece la astucia de los cuicos que convirtieron el Quijote a las claves policíacas, pero este paso, no creo que ninguna mujer suspire cuando al oído se le susurre: cero-cuarenta y cinco-tres-once y ella abra los ojos y el enamorado le responda: “Te acabo de recitar una frase de Pablo Neruda”.