lunes, septiembre 12, 2005

Martes 13


La frase: Martes, ni te cases ni te embarques, como todos los dichos y refranes, debe tener su origen en la condición humana, porque dicen que en tales días y sobre todo cuando el calendario ajusta el número trece: ni casarse ni embarcarse. Y para una exigua muestra la última versión fílmica sobre la tragedia del trasatlántico Titanic rompió los corazones al mostrar que el desafortunado aprendiz de pintor siempre no perdió la embarcación, claro, lo que sirvió para que productor y director continuaran la trama y recaudaran los millones. El chileno Antonio Skármeta, dice en su novela La boda del poeta, que él nació porque su abuelo también perdió el barco que tendría que llevarlo de Europa a Antofagasta (Chile); pero es evidente que en la historia del creador de la también millonaria cinta El cartero de Neruda, el abuelo, es decir el poeta, pues sí consigue llegar a su destino y claro, también continua la historia.
Pero los mitos que transmite la cinematografía no son fortuitos y tienen su origen en los usos y costumbres cotidianos. Se aprovechan pues, las mentalidades de un colectivo que a la postre verá reflejadas sus propias manías en la pantalla. Y ahora que somos ciudadanos de un mundo virtual, que empleamos los ordenadores con la misma facilidad que meter un vaso de unisel con pasta semicruda al microondas, que a fuerza de tanto ver los mismos recados de error que se muestran en la pantalla ya medio podemos leer el inglés a la vez de sorber Coca-Cola con sabor a vainilla y después una sesión de DVD en la comodidad del sofá. Pues con todos esos adornos de modernidad en la televisión se anuncian las líneas psíquicas, los amuletos (ya no son los clásicos “ojos de venado” que las abuelas nos pendían en las muñecas), los menjunjes milagrosos que eliminan la celulitis, las ásperezas, las bolsas de los ojos y claro, hasta lociones para ligar, seguro y cien por ciento comprobado, en el antro.
Con todo lo actuales que parecemos ser, esta modernidad aún conserva sus mitos. Que para expresarlo pronto el mito es un reflejo ideal de lo que desearíamos ser. Y entonces las patas de conejo, los muéganos bajo la puerta, herraduras y los envoltorios de tela roja, satín de preferencia, ya no se emplean. Los objetos de significación han cambiado conforme el avance de la tecnología. Incluso, para la interpretación de los sueños en psiquiatría, los diccionarios de símbolos ya no son del todo confiables, pues es demasiado raro que alguien sueñe con cera de abeja o con que una garza se posa en su cabeza. La interpretación es un arte del analista, ni dudarlo.
Pero dice la voz popular que este día no hay que emprender negocios o tratos con alguien, evitar pasar por debajo de una escalera, no cruzarse con un gato negro y una multiplicidad de interpretaciones que se dan para conseguir fortuna. ¿No es una pérdida de tiempo creer en los sortilegios cuando el planeta ha mudado de vestimenta? Quién sabe. La sociología menciona que en tiempos de crisis, la credulidad es una de las panaceas de las sociedades.
¿Somos crédulos por pasatiempo o inocentes porque tenemos tan retardado el sentido de la lógica que es mejor atarse un hilo al dedo, por si las dudas?