martes, septiembre 27, 2005

Indefensión


Las palabras, con su propio sonido, llevan algo de su carga histórica, de su transitar por tantas y tantas bocas y cuando aplicamos “indefensión” (término poco empleado en nuestro español de México y que leí a la investigadora Aurora Pimentel, de la UNAM) sin atender al diccionario, lo primero que viene a la cabeza son imágenes de un sujeto u objeto frágil, amenazado por fuerzas externas. Tan poco usual es el término, que lo explica el tomo dos de la Enciclopedia del idioma, de Martín Alonso: “Falta de defensa; situación del que está indefenso”, la otra connotación es propia de las ciencias jurídicas.
La doctora Pimentel se refiere a esto cuando habla de la seguridad pública en el Distrito Federal; del “cuídese mucho”, que se ha transformado en una frase coloquial y socorrida. Comenta los delitos más frecuentes y esa indefensión que sume a los habitantes de la ciudad de los palacios en un pánico constante. El fantasma crece y continuará y ¿hay manera de frenar la leyenda negra? Si eso fuera, una leyenda, no habría ningún problema en inventar cuantas atrocidades se nos vinieran a la mente.
Tan sólo en abril de este 2005, cuando Bernardo Bátiz era el Procurador del Distrito, se jactaba de que en el primer trimestre del año la cifra de delitos mostraba bajas considerables. Hacía una comparación con el año de 1997, cuando las denuncias alcanzaron las 700... ¿es poco levantar setecientas y tantas actas al día? Y eso se refiere únicamente a los percances que fueron acusados al Ministerio Público. Pero el 2005 alcanzó a tocar las nubes, pues reportaron una media de 240 delitos por día. Vaya, qué fácil se dice: no más de 300 ciudadanos transgredidos; como si fuera poco subirse a un vagón del metro con el Jesús o todos los diablos en la boca, o despedirse de alguien a sabiendas de que puede ser la última vez.
Unos achacan que los delitos obedecen a la pobreza, pero bajo esos argumentos no podemos explicarnos cómo en este país lograremos la aparente armonía con la que vive un ciudadano de Suiza. Porque a ver, o hacemos coincidir unos setenta millones de sorteos Melate, con pocas cifras, tampoco igualaremos a los suizos o no entiendo cómo, de la noche a la mañana se combatirá la pobreza. ¿Y si la pobreza es una cultura, una forma de ser? Por supuesto que no, el alto índice delictivo puede tener más relación con la impunidad que con la falta de dinero. Si un joven de quince años comprende que puede ganar mil pesos amagando con la punta de una navaja a un transeúnte o bien, trabajar de menos cuarenta horas a la semana y percibir lo mismo... ¿es una ley del mínimo esfuerzo? Ahora, el atractivo no está en la ganancia sino en la frecuencia; quiero decir: si a ese joven se le demuestra que no hay peligro en tal actividad, porque lo más probable es que salga ileso, pues los delitos son pasto corriente. Es verdad que las cofradías entre policías y ladrones no son una leyenda, tampoco; pero es algo palpable que el clima de inseguridad sólo puede ser frenado por la aplicación de la ley, no de la justicia. Y no sólo es el Distrito Federal, cada vez es más frecuente enterarse de historias donde las víctimas narran el amagamiento vía telefónica, donde todos andamos con el miedo a flor de piel y uno camina por los pasillos de los centros comerciales, ve los escaparates de las joyerías y se pregunta: ¿hay personas que se atrevan a usar esta cosa en la vía pública? Pero nos amenaza el aire, las ideas de ser atracados, el miedo a perder el patrimonio o peor aún, a un ser próximo. Esta pesadilla constante nos ha vuelto a ser crédulos en el “coco”, pero uno que puede ser el hombre que me observa mientras pago unos cigarrillos o el que camina al lado de la mujer que carga la bolsa del supermercado o tantos rostros desfigurados por el temor, por la indefensión.