jueves, septiembre 01, 2005

Las bragas de oro


Hacia 1978 se publicó en España una novela polémica. Se trataba de “La muchacha de las bragas de oro” que merece el premio Planeta de aquel año y con el galardón, su autor, Juan Marsé, gana unos miles de lectores que bien pronto le rendirán un culto sosegado como uno de los mejores exponentes de la narrativa hispanoamericana contemporánea.
La historia, aunque narrada con un tono ligero, convencional de la novela burguesa, tiene mucho de profundidad en el tratamiento del tema. Luys Forest, un escritor olvidado, se encierra en su casa de la playa mediterránea con el fin de escribir sus memorias, que son nada interesantes por la pátina que el viejo desea imprimirles. Mariana será la tentación del tiempo, un chica que viene de Ibiza a la casa del tío escritor y con el cinismo y la frescura de la juventud hará que el viejo naufrague en su mar de papeles y memorias. No se trata de una historia cultista que reivindique al régimen de Franco, sino más bien un enfrentamiento del hombre que hay detrás del escapulario que se cuelga el escritor.
A sazón de esto, siempre me ha gustado comentar un texto con los subrayados de costumbre. Como toda literatura, siempre creo que no hay una conclusión única y más bien las preferencias de cada lector son las que van apostillando las líneas.
Cuando Marsé presenta a Mariana, dice: “Mariana era de esas personas que cultivan las emociones pasajeras, y de las cuales no sabes si son irresponsables de ser felices o si son felices de ser irresponsables”. Para el viejo escritor: “Después de todo, hacerse rico no es tan difícil; lo difícil es saber serlo”. Un médico retirado le jura que: “El hombre que a los cuarenta años sigue leyendo recetas es un imbécil”. Pero durante casi toda la novela, Mariana, la sobrina de Luys, lo pone en jaque con respecto a su vida profesional e íntima, y el pobre diablo, maniático como la totalidad de los que escriben: “...no sólo ya nada suyo empezaba a estar en su mejor sitio, sino que no había sitio peor para nada suyo”.
Como parte del argumento, Marsé indica algunas manías que llevan a cabo los embebidos en la escritura. “Las descripciones de escenas inmóviles resultan engañosas, estéticamente hablando”. Mariana no se queda callada, le argumenta: “...hombres de letras... todos os esforzáis en profundizar en el conocimiento de los sentimientos humanos, pero el respeto y la comprensión entre modos de pensar o sentir diferentes no es una de vuestras cualidades más comunes”.
Qué hace el desastre de viejo sino llevar: “...trajes de muerto y juega al ajedrez contra sí mismo, combinación insuperable para anular espejos y calendarios”. Total, que: “En un país frustrado, la gente tiende a evocar cosas que no han sucedido”.