A quienes saben quemar sus naves sin pasar por la noche del olvido.
Aquellos marinos no pudieron confirmar la leyenda de que el gran océano terminaba pronto, en un abismo al que las aguas conducían justo a las fauces de los seres que pulularon la mitología, que en el camino encontrarían sirenas y ellos, hambrientos, desechas sus esperanzas, acudirían prestos, fascinados por sus cánticos. Azules de todos los tonos, el mar verdoso; lejos ya la tierra, la patria, el rey y hasta el mismo Dios.
Y por la noche acaso las estrellas fugaces que iluminaban su efímero camino hacia la nada, lo que el hombre desconocía y por lo tanto le causaba tanto miedo. Pues como escribiría más tarde fray Antonio de Guevara, el hombre es un ser para la tierra y cualquier mecanismo que lo aparte de ella lo distancia de su propia naturaleza. Y por supuesto, no era algo muy natural conformarse con beber el agua turbia, anegada la suciedad en el fondo de los barriles de madera; acostumbrarse a la compañía de las ratas que viajaban, a sentir la deshilachada tela de sus camisas pegadas a la piel mugrosa. El fastidioso vaivén de la mar océano, las corrientes que arrastran o sumergen.
Al fin darse cuenta que no era Cypango pero semejaba tanto al Paraíso perdido... ese que predicaban los curas amodorrados desde sus púlpitos. ¿Y las guacamayas y los papagayos serían una especie de cigüeñas, pero a colores? Aquellos conquistadores venían de una tierra añeja, pero al fin recién unificada... eran parte de la mezcla de todas las razas que cruzaron el Mediterráneo, eran también la síntesis de las guerras, de los desalientos y eran, por supuesto, los primeros en iniciar el sueño que al fin se llamó América, donde la humanidad refrendó que la codicia, el odio y la ingenuidad serían el sino de la especie.
Etnias masacradas y exterminio. ¿Qué haríamos nosotros, los simples hombres, sin los seres que atiborran nuestro imaginario de pasiones encontradas? Cinco siglos de la invención del nuevo mundo han mostrado que donde se paren dos hombres, el más débil tendrá que someterse al fuerte, sólo para aguardar a que llegue otro más poderoso y lo someta. Una rueda de la fortuna donde algunas veces hay turno para llenar las arcas y quemar las naves y otras para sumergirse en la trinchera con el fin de buscar los huesos de los amigos para combatir a los enemigos.
La lección que importa ahora (¿quién puede atrasar las manecillas del reloj y convencer a los demás que el pasado se ha tratado de un mal sueño?) fue la de cruzar los mares y vencer al miedo. El pasado, dicen los filósofos, siempre resultará tortuoso en la medida que nos percatamos de aquellas debilidades que bien pudieron evitarse, la experiencia añade sabiduría casi en la misma medida que los años menguan la capacidad física, por eso algunos viejos saben invertir en la honestidad. Pero al vencer la furia de la mitología el hombre se percató de que algún día iba a tener al planeta en la palma de sus manos, que los faunos y las musas también sangraban.
Pero no son cinco siglos igual, no es la guerra de indios y vaqueros, no es el ustedes y nosotros... es también el gran mosaico de la comunidad Latinoamericana que a pesar de sus contradicciones, de sus humillaciones, ha sabido mostrar al mundo lo mejor de sus propios paraísos, una muestra de que dictadores, corrupción, pobreza, hegemonías, feudos y protagonismos, tienen además a hombres y mujeres que luchan por la felicidad cotidiana.