miércoles, octubre 05, 2005

El Stan, llueve sobre mojado


La cobertura que se otorgó a las calamidades del huracán Katrina, el morbo y la irresponsabilidad mediática han sembrado un obvio pánico entre la población que se ve directamente afectada por estos fenómenos climáticos. Desde el mediodía del domingo 2 de octubre el estado de Veracruz entró en alerta y las autoridades correspondientes comenzaron a tomar medidas acertadas. Por supuesto, es incuestionable que contra la Naturaleza nada puede hacerse, pues se trata de una fuerza que ordena y manda... la posibilidad que tenemos es la prevención ante la inminencia del Stan.
Stan, décima octava tormenta tropical de 2005. A las quince horas del martes 5 de octubre, las autoridades de meteorología y las de protección civil en el estado de Veracruz anunciaban una situación más o menos estable. La televisora estatal ha mantenido una cobertura muy aceptable y lo mejor de ello fue que los otrora protagonismos a los que estábamos acostumbrados, o acostumbrándonos, se han difuminado al considerar que de una contingencia no se puede cortar la tela del entramado político. Ni que los gobernantes fueran Titanes capaces de detener un huracán o evitar un terremoto... claro, ya sabemos que no son “bomberos” ni soldados del Ejército Mexicano que ante una declaración del plan DN3 estén al pie del cañón. Pero lo que una población, cualquiera, espera de sus administradores públicos es una respuesta provechosa ante la desgracia.
Y como ya se sabe, o se intuye, en estos casos la parte más afectada de la población es la compuesta por los estratos más bajos, los más desprotegidos. Y aunque también sabemos que esta es una temporada de huracanes, que los frentes fríos diezman tanto como las olas de calor, nadie puede echar culpas y menos aún repartirlas. La única precaución es no echar en saco roto la cultura del resguardo.
En la espera de los menores “saldos negativos” habrá que comenzar a barajar dos aspectos importantes. Primero, la capacidad que hay, por parte del gobierno, para responder a problemas como este. Lo cual no implica entrar a participar en el juego de los necios, sino asumir las obligaciones y responsabilidades; a esta hora tenemos conocimiento de que una buena parte de la población ha aceptado resguardarse en albergues; que los sensatos han preferido (si no hay necesidad) quedarse en sus casas y que los cobros de casetas —al menos eso se dijo— habían quedado exentos. Lo que viene será revisar los sistemas de desague, los asentamientos irregulares, la cultura de prevención que repito, siempre afecta a los más pobres.
En segundo lugar, aunque ya se consideraron algunos aspectos, hay que atisbar en aquellos detalles, grandes y pequeños, que corresponden a la población, ¿a qué tanto se puede tener confianza en la cooperación de los ciudadanos con su gobierno y con su prójimo? ¿Hasta dónde, nuestra cultura o manual del buen ciudadano es efectivo? Los gobernantes, como ya se dijo, cumplen con sus obligaciones.