lunes, octubre 03, 2005
La virgen de este Vallejo
El colombiano Fernando Vallejo no es un escritor de los que viven en mi panteón literario, es decir, en la pequeña estantería de la recámara, donde sólo descansan los del Siglo de Oro y los poetas que me he agenciado, sin orden ni rigor, de todos los tiempos y latitudes. Pero una de sus últimas obras, La virgen de los sicarios, una novela breve que el autor definiría en nueve palabras: “Una historia de amor en el país del odio” tiene una de sus escenas impactantes y risibles, jocosas, como es el tono de Vallejo. Este Vallejo, un tipo para el que todo, pero todo, es una mierda. Camina la pareja de los protagonistas por el parque central de Medellín, la ciudad donde ocurre la narración y al toparse frente a la estatua de un prócer, el mayor le explica al menor que nada de heroísmos, que el inmortalizado allí, cuando había tenido la oportunidad, saltó en huída de un balcón como de treinta centímetro de altura y echo pies en polvorosa, “el muy maricón”. Claro que viene un ataque del joven, Alexis.
La virgen de los sicarios remitió a la malsana fama que obtiene una novela cuando se le traslada a la cinematografía, es decir, a que aprovechen su argumento para realizar un filme. Con esto quiero aproximarme sólo por unas líneas a la discusión de que si es mejor una novela que su versión en cine. Ni una ni la otra, son dos “narraciones” diferentes con fines muy objetivos. Puede ser que la versión facilona, que significa no leer, sino observar y escuchar, llegue a acercar al lector a la obra original, y qué mejor, porque la crisis de lectores es una de las prominentes en el terreno de la cultura. Y si aquí digo malsana fama es porque en muchas de las ocasiones el lector probable se queda con sólo una versión. Me dejo entonces del huevo o la gallina.
La escena descrita al principio de este escrito se desarrolla en la trama fílmica, dirigida con el buen tino del director Barbet Schroeder, porque ya es la segunda historia de Vallejo que narra en el discurso de la imagen y el movimiento; la primera fue la también polémica La vendedora de rosas. Así, la literatura de Fernando Vallejo (Premio Rómulo Gallegos, 2003) es un auto descapotable que exhibe nuestra miseria latina, una narrativa de tonos álgidos que no retrata los sitios bonitos o turísticos sino las historias marginales, que a final de cuentas son las miles contra las decenas. ¿O qué pretenden los señores de los bancos estadounidenses que podamos contar los escritores que vivimos en el traspatio de la vejada América? Claro que hay droga y movida en las historias, pero como que una cosa es inyectarse con la panorámica de Nueva York de fondo que ponchándose una vena o asesinando a cambio de unos gramos de cocaína en un suburbio de Medellín.
Y es que en esta América Latina el desconcierto sigue a la orden y tanto literatura como cinematografía contemporáneas muestras los calcos del desconcierto. Los países que soñó Bolívar en su Gran Colombia curan la resaca de sus dictaduras en las garras del narcotráfico. El sur y el norte, o lo que equivale a la Argentina y México, en poder de los grupúsculos políticos que no velan más que por tapar sus atrocidades económicas. Vamos, un subcontinente donde el ingreso de riqueza corresponde al 70 por ciento a una población del 15 por ciento; o para decirlo con ábaco: setenta pesos de cada cien van a los bolsillos de quince personas, de cada cien. También literatura y cine denuncian.