martes, octubre 25, 2005

La vieja y la nueva grilla


Uno de los recursos que no se olvidan el proselitismo mexicano son la pinta de bardas y antes de que los grafitteros llegaran a hacer de las suyas, los que tenían raigambre revolucionaria ya lo hacían hasta en los cerros. Pero esto de los mensajes románticos y enérgicos no es novedoso. Hay que recalcar, por ejemplo, que para 1995, muchas de las autopistas recién construidas (como que la que va desde Tehuacan a Oaxaca, o la Del Sol, que lleva hasta Acapulco) ostentaban en sus puentes la fracesita: “Palabra cumplida” y a un lado del texto el logotipo sexenal de Solidaridad lucía en todo su esplendor. Como si el águila mochada, no “mocha”, de Vicente Fox, fuese el primer icono de un presidente.
Bueno, en tiempos de Salinas de Gortari, uno podía conjeturar en que aún eran momentos en que el presidente de la República aún pertenecía a una especie divina entre los mortales de México; claro, antes de la defenestración popular y el “error de diciembre”. Con Ernesto Zedillo y Vicente Fox, la presidencia se hizo accesible a las habladurías palaciegas.
Pese a todo, los presidentes de México no siempre tuvieron garantías del mandato en las palmas de las manos: basta asomarse al convulso siglo XIX y revisar en la historia las cuitas sucedidas para formar el Congreso que elaboraría el texto constitucional definitivo.
Sería en 1824, tras el fusilamiento de Agustín de Iturbide y con ello la conclusión del primer imperio mexicano, cuando hubo la necesidad de convocar la formación de un segundo congreso. Los que allí se reunieron se abocarían a una labor sin precedentes: publicaron las constituciones de otros países y trataron de difundirlas para que la noción de preferencia se incubara en los pocos letrados nacionales. Tras muchos desacuerdos, se entregó al primer presidente, Guadalupe Victoria y al vicepresidente Nicolás Bravo, la decisión de lo que funcionaría como la tabla de naúfrago para un país libre y libertino. De tal forma nació la primera República Federal.
Acaso la gran aportación de aquel texto fue la de otorgar autonomía a los estados. Esta cuestión permitió el reforzamiento a la regionalización de la joven nación. Lo anterior influye para que entidades como Zacatecas y Jalisco se desarrollaran económicamente más que el mismo centro, que controlaba a la federación. Recuérdese que Zacatecas se trataba, en potencia, de zonas mineras que habían desarrollado una economía que casi de bastaba a sí misma, con la ayuda de la agricultura y ganadería. Incluso, varias de estas entidades federales “amenazaron” con independizarse con respecto al centro.
Pero en aquel país no bastaba el orden que existía en los papeles y la crisis, resultado de la guerra de independencia que eran factores determinantes para la elección de un presidente. Al posible cambio de poderes surgían los bandos de militares; la búsqueda de puestos, influencia y poder estaba a la orden del día y por tanto, los golpes de estado no eran novedad, en el centro; porque en la periferia o “provincia” la realidad fue otra.