jueves, noviembre 17, 2005

Cualquier libro


Un libro, cualquiera que sea el tema, es un amigo que se lleva a todas partes. Los hay de horóscopos, recetarios para adelgazar, evitar la bulimia, encontrar al hombre deseado o manuales para no quedar embarazada en dos minutos y como en botica... de todo. Pero este conjunto de folios cosidos, pegados o engargolados tiene apenas unos 500 años de existencia y no más de cien como vehículos accesibles que divulgan las inquietudes culturales del ser humano, en el sentido que la antropología define a la cultura.
Nunca he pensado que existan libros malos, prefiero quedarme con la idea de que habemos lectores para todos los gustos. Yo defenestro las series noveladas de superación personal y las historietas románticas que se escriben siguiendo un molde; pero con seguridad hay quien es inmensamente feliz devorando las páginas para saber quién se comió el quesito o quien asegura que después de El mundo de Sofía comprendió a cabalidad el pensamiento de Platón. La alta academia o como lo denominaron el siglo XIX: la intelligentsia, se infarta porque en los estantes de las librerías se empolvan los clásicos y se venden y se venden “las porquerías que contaminan la mente.” Pero los que estamos del lado neutro comprendemos que tan aburrido resulte Apuleyo para una chica preocupada por su cabello como necesario es un compendio de anatomía si la misma jovencita cursa los estudios de medicina.
Esto de que hay libros inmediatos, de solaz, y otros para la vida es cierto. Los que hacemos ficción, además del periodismo, nos desangramos en gritar a los cuatro vientos que sólo desde Garcilaso hasta Saramago vale la pena, sirve para encarar al milagro o la fatalidad que supone la vida. ¿Es verdad? No lo creo, pues leer es un acto de infinita bondad para con el espíritu de quien abre un libro, revista, folletín, periódico, tríptico y frente a sus ojos encuentra los posibles caminos a la libertad de obra, palabra y pensamiento. Dice nuestro cercano Sergio Pitol que en los momentos de mayor angustia siempre lo ha acompañado un libro y que siempre ha coincidido que se trata de un clásico de las letras universales. Así que para nuestro escritor, la lectura de los grandes se ha convertido en una ambrosía (miel y vino) que ha mezclado con la hiel.
Hace algunos días, junto con buenos amigos, comentábamos sobre la muerte del libro, como de la historia pronosticara Fukuyama. Yo sigo en mi necedad, el libro no se va a extinguir a causa de los medios electrónicos; acaso será un artículo semejante en sus inicios: costoso y para unos cuantos. Porque un libro es una de las maneras que tenemos de preservar la memoria. Pero de eso a que la letra impresa se termine, aún falta y qué bueno para los que devengamos un sueldo gracias a la palabra escrita y qué mejor para quienes contrarrestan la soledad y hasta la tristeza porque se acompañan de las imágenes que fragua su pensamiento cuando practican uno de los actos más humanos que existen, después del amor: leer.
Sea para bien, Dios y el diablo, nosotros y los extraterrestres que existen los libros, pues como se leía en el lema de una editorial: hacen libres a los hombres.