jueves, noviembre 10, 2005

Karajan


Con batuta en mano dirigía con los ojos cerrados, no se excusaba pero decía que prefería hacerlo así porque entonces no veía a los músicos y se evitaba contaminaciones visuales. Herbert von Karajan murió un 16 de julio de 1989, a los ochenta y un años. Su genio se debía a la sensibilidad para interpretar las obras de los grandes compositores, para transmitir los compases de la música sin al menos atisbar la partitura. Carmen, de Bizet o El anillo de los nibelungos, de Wagner, no requerían para su genio creador de las pautas sino de la memoria.
Polémico, como todos a quienes se considera hombres fuera de lo normal, su carrera como director orquestal osciló de un magnífico dominio del mercado musical al control de sus públicos. Purista, megalómano exhaustivo, se le echó en cara no aceptar las nuevas corrientes y empecinarse en recalcar la presencia de los grandes maestros. También le achacan su resabido “sonido Karajan,” pero él prefería no hacer caso a envidias y continuar si incansable búsqueda de la perfección a lo que nadie podía negar como mal hecho. Trabajó frente a la orquesta de Berlín, de 1938 hasta finalizada la Segunda Guerra. ¿Hitleriano este obsesivo wagneriano? El mote lo llevó el resto de su vida; pero su ánimo creativo le zanjó disputas entre amigos y enemigos.
Fuera del mito que se forjó habrá que sensibilizar las ventajas que supo aprovechar de su contexto. La industria discográfica se convirtió en tal una vez dominados los vericuetos técnicos para lograr la grabación de “larga duración” en los discos de acetato. Esto significó la popularización de los ejecutantes e intérpretes musciales del siglo XX que, auqnue no en presencia física, lograban llegar a los más recónditos sitios del planeta, siempre y cuando, por supuesto, hubiera un reproductor, un tocadiscos. Industria y cultura siempre van de la mano. Esto lo aprendieron y supieron aplicar estudios de grabación musical y fílmica. Con las innovaciones tecnológicas del siglo XX comienza el declive del libro (como único soporte físico que contenía la orientación para señalar el gusto estético dirigido a las grandes masas,) por ejemplo. No es consuelo, pero acaso la “piratería” es lo que vino al dar al traste con las ganancias millonarias de Sony, Fox (la de los gringos) y amigos.
Pero antes que la deblace económica de la industria discográfica oscureciera el horizonte, Karajan sabía que gracias a los discos su fama trascendería al juicio de la historia, que es el olvido. Y me refiero sólo al austricaco porque es de quien hablo en la presente entrega; aunque fue la suerte de todas las estrellas del siglo que se nos fue. Gracias a la reprografía tenemos parte de memoria. Y como sea, ultraconservador o no, habrá Karajan para rato. No resta más que escuchar, en disco original, algo de Beethoven, pero auspiciado por la batuta del maestro Herbert, ¿se podría la sinfonía Heroica?