lunes, noviembre 14, 2005

Pasaje a poetas de Veracruz


Cualquier intención por difundir y defender la obra de los poetas es siempre visto con el entusiasmo que provoca atisbar el proyecto de los arriesgados que se atreven a invertir en un fruto que no pasa de moda, pero que, claro está, en su soporte de papel (en libro, pues) se vende cada vez menos. Y es que uno se aturde entre las demasiadas definiciones que se dan acerca de la poesía o ante las ideas que el público lector guarda sobre ella. Que es cursi, de antaño, que nadie se deja enamorar con versitos al oído, que únicamente la repiten los locos o que el trabajo del poeta sirve para que los demás se lo plagien sin mencionar siquiera, por decoro —o no sería “plagio”— el título original. Lo último lo leímos en la sabrosa novela del chileno Antonio Skármeta, El cartero de Neruda.
Pero a cuento de la poesía y sus creadores Eugenio Montale (cadente italiano que recibió el premio Nobel de Literatura en 1975) explicaba el sino de esta arte cuando narraba un divertimento teatral que actuaba una compañía de cómicos italianos, durante la década de los sesentas, del siglo XX. Decía que un hombre le regalaba a otro un gran paquete y que por su envoltura, se adivinaba podían ser libros. El obsequiado dudaba en abrir aquello y cuando su compañero le preguntaba la razón, éste respondía: “Prefiero no hacerlo, puede tratarse de libros de poesía”.
Claro que la escena es hilarante, pero creo que un poeta la pude comprender con todo el sentido de humor negro. Y Montale explicaba que en la Italia de su tiempo la poesía vendía bien, pero un dato curioso, sobre todo en temporadas muy próximas a las Navidades. “Que la gente compra estos libros no le queda duda a los libreros, pero deduzco que es para hacer regalos y allí habría que detenerse a preguntar si al menos los leen”.
Entonces, al aire, cual moneda, queda la espinita para creadores y editores: ¿cómo hacerle para que la poesía circule fuera de sus ámbitos de capellanía y lugares de culto? Una acertada decisión fue la que tomó la industria discográfica cuando invitó a los poetas a leer sus materiales y grabarlos; en otras ocasiones fueron cantantes los que “adaptaron”. Pero a la fecha sólo quedan algunos datos, los que más han vendido en México son Jaime Sabines y Mario Benedetti, en el caso de las lecturas directas; Joan Manuel Serrat, si hablamos de cantantes.
Y de que el intento, ensayo o experimento se prosigue da muestras fehacientes. La productora xalapeña Oiga (de la que me enteré existía sólo por el disco compacto: Poetas veracruzanos que trascienden en el tiempo... poesía que se vuelve canción) se echa el trompo a la uña al transponer creaciones de Salvador Díaz Mirón, María Enriqueta Camarillo, Rubén Bonifaz Nuño, Manuel Carpio, Ignacio Miguel Luchichi, Lázara Meldiú y Aureliano Hernández Palacios. Cantados por los Tres de Coatepec, los poemas traspasan a la letra para convertirse en tonada. Franco González Aguilar, productor, arreglista y compilador del material apuesta, fuerte y bien.
Recorrer las once composiciones es trasladarse a obras leídas o escuchadas en la forma de recitación a esta poesía que se vuelve canción. Y aunque en el sencillo cuadernillo que acompaña al disco se aclara que: “Hacer una selección de poesías y además convertirlas en canciones, puede presentar, entre otros, dos riesgos importantes: uno, el no considerar a muchos autores que han brillado por sus obras; otro, el que la composición musical no esté a la altura de la poesía que dio lugar a la canción”. Quizá el mejor peligro, con el que Franco González puede darse por satisfecho, sea que estas canciones se dejen ir de los oídos a los pies y que por ejemplo, su transposición A Gloria —“hay aves que cruzan el pantano y no se manchan, mi plumaje es de esos”—, de Díaz Mirón, sea bailada por una pareja que empieza a compartirse las bocas y que ignora y no le importa quién o cuándo la escribió. Porque ah, cuando la poesía llega al verdadero pueblo, a él pertenece.
¿Y por qué no aceptar este atrevimiento, si es que de ello tiene algo? En nuestro país se han hecho los intentos, que se lo pregunten a musicólogos o a las personas de la talla de Óscar Chávez o al mismo Alberto Ángel “el Cuervo”.
Renuentes al progreso o ante la falta de financiamiento la productora Oiga no proporciona dirección electrónica que indique la existencia de un sitio propio en la Internet. Incluyen sí, un teléfono de contacto: 228 816 5261. Y a decir de Eugenio Montale, ¿por qué no considerarlo para un regalo en la próxima Navidad?
POSTDATA
Poetas y compañeros del gremio: para muestra basta un botón. Y perdonen ustedes, lectores, la frase tan gastada.