viernes, diciembre 09, 2005
Las punzadas del recuerdo
Una colega escritora me llamó por teléfono para contarme una vivencia. No atiné a deducir si el timbre de su voz se notaba exaltado o estaba contenta cuando yo le insistía, con un hilo de lo que esta maltrecha garganta me permitía, que sigo afónico. Entonces no podrías decir una sola palabra, mentiroso; decía ella, ahora sí, con un tono recriminatorio. Tras dos minutos de balbuceos expresó su felicidad porque según ella, por esa ocasión tenía la oportunidad de hablar sin descanso y con la seguridad que mis divagaciones de siempre no iban a salir a flote. Entre risas, declaró que iba a ser un monologo memorable, pues no escucharme las leperadas que acostumbro eran garantía de precisa atención.
Éxtasis no es una palabra con la que pueda describir la cantidad de emociones y deducciones narradas. Usaba, más bien, esa coloratura que sacamos a flote cuando sentimos una caricia de la justicia que sólo proporcionan los años o la resignación. Claro, debo añadir que estaba al tanto de los antecedentes necesarios como para evitar formularle preguntas. La música de fondo era un concierto de Diana Krall en París, suceso que motivó hacer flotar las emociones o sentirlas a flor de piel. Qué cursis nos ponen los recuerdos, sobre todo cuando tienen que ver con amores que corresponden al pasado. Pero más allá de los recuerdos, lo importante es quizá los encuentros que los provocan. Esa es una parte de los seres humanos que siempre me ha fascinado y que trato de imprimirle a mi trabajo de ficción. ¿Recordar es vivir?
Cuando ella terminó, le pedí que fuera paciente, porque si hablo, lo debo hacer muy bajito. Aceptó el reto pero comenzó a titubear cuando le recomendé que aprovechara su “exorcismo” para escribir, de menos, un relato —le hubiera dicho que un poema, pero como en esas lides es tan mala como yo, me abstuve. Tres razones que consiguieron el mismo resultado, se negaba y para no hacerla cansada me pidió que yo lo hiciera por ella. Pero no es mi historia, le replicaba. ¿Y qué? Que por eso uno tiene el oficio. Ajá, entonces me dedico a transcribir vidas ajenas, cambio nombres y aderezo con dos o tres mentiras de mi cosecha (total, esas me sobran) y listo, cuentos bajo pedido.
Pero lo que siempre es atractivo, inquietante, es mirarnos frente al espejo de la experiencia. El encuentro de ella con ese viejo amor no le trajo más que formular comparaciones. Es obvio, por mucha pasión, por demasiada entrega, creo uno se casa con la añoranza y provoca sorpresa darse cuenta que la posibilidad, lo venidero, no es más que una prolongación del pasado. Cuando al presente acude el amor perdido o extraviado, el recuerdo se hace inmediato y si el corazón late es por lo que fue, no por lo que pueda suceder. Si quince días son capaces de cambiar nuestros caprichos con respecto a la querencia, veinte años de lejanía significan una historia que no se ha compartido. Y de esos amores “para siempre” sólo los conozco en la literatura. Que sepa, sólo Penélope le guardaba fidelidad a Ulises y ese tan campante pasándola bien y mal con Dioses y otras apariciones. Es como decir: “Mi vida, fui por una cajetilla de cigarros pero ya tienes a tu rorro de vuelta”. Por qué Penélope no se atrevió a decirle: “Chinga tu madre”. Bueno, era griega, no mexicana.
El amor que punza es inevitable, porque nos hiere todos los días; Cupido es un cabrón, ya lo he dicho otras veces, pero uno de sus dardos es capaz de obrar milagros y maldiciones. Qué palabras tan semejantes y contradictorias a la vez. Porque ya lo anunciaba Platón, en Los diálogos, el amor es una dulce mentira y es tan ciego porque uno pone atributos que no existen. La pasión deseca lagos y hace verdecer los desiertos, es una realidad que nadie refuta pero que mientras se vive es tan válida, porque las mentiras también llevan impresos los genes de una fantasía posible. No obstante, los años resultan a veces el único antídoto. ¿Por qué la colega estaba tan impresionada? Simple, creo que ahora es la realidad de la promesa que era y él ya forma parte de un buen recuerdo. No sé, tal vez una cosa sea madurar juntos y otra encontrarse, a los años. De todas formas cualquier historia parecida es siempre digna hasta de una novela.