martes, diciembre 27, 2005

Los incontables éxodos


Guerrero, Guanajuato, Hidalgo, Jalisco. Oaxaca, Puebla, Veracruz, Querétaro, Zacatecas, Michoacán... ¿queda algún estado de la república mexicana libre de población con carácter ilegal en los Estados Unidos? Así como en Veracruz tenemos noticias de pueblos que se van quedando en el recuerdo, en la fantasmagoría, supongo que en las treinta y una entidades también pueden contarse infinidad de historias de los semejantes que prefirieron marchar a quedarse esperando quien sabe qué promesas.
Y si hay individuos a quienes les parece increíble concebir la idea de una persona que prefiere el desarraigo a la marginalidad, entonces debemos aclarar algunos datos relevantes. Uno de los problemas generalizados en América Latina es la corrupción, los gobernantes deshonestos que se dedican al deporte de hacerlo todo bajo el agua a costa del sufrimiento del pueblo. El sistema político y administrativo de los países latinoamericanos está construido de tal forma que los banqueros —que no gobiernan directamente— puedan salir libres tras desmadrar a una nación (allí está Jorge Lankenau Rocha), que los militares hagan de cuenta que las avionetas del narcotráfico no transitan por el espacio aéreo que les corresponde vigilar; que los sindicatos se amarren el dedo con los patrones y otros demasiados etcéteras.
Estos sistemas se construyen de forma que un hilo, por mínimo que parezca, sea capaz de poner en marcha o detener una maquinaria completa. Cualquier acción del menudeo con drogas, o con prostitución callejera, por exagerado que parezca, tiene su repercusión en las altas esferas. En un continente donde su parte latina guarda una estadística que declara que de cada diez personas, cuatro son pobres, los datos son alarmantes. Porque la pobreza conduce a un estado de ignorancia, muy aceptable para quienes lucran con las necesidades básicas que tienen los seres humanos. No quiere decir que en las clases medias la corrupción sea inexistente o que en los países que nosotros consideramos del primer mundo las prácticas escabrosas estén desterradas de las industrias ciudadanas. El problema latinoamericano es la pobreza y la ignorancia.
Es verdad que la edificación del muro se trata de una medida que debe ser rechazada por cualquier medio... que no será el único que existirá en este mundo, que los organismos internacionales están poniendo el grito en el cielo, que las cámaras altas y bajas de Hispanoamérica ya comienzan a tejer lo más parecido a una “red de acuerdos”. Pero de aprobarse su construcción, en febrero próximo, el panorama se ofrece desalentador para quienes tienen el derecho de buscar la mejor forma de subsistencia. El juego de las políticas podría ser el siguiente. Parecerá que de la noche a la mañana todos estamos a favor de la ilegalidad, que los presidentes, los ministros, los curas y hasta los ladrones están defendiendo una causa que, a no ser por la pobreza (repito) de los migrantes, sería quizá justa si aceptamos que cada quien se resguarda de la manera en que sus fantasmas y acechos reales le preocupan. Un problema grande es suponer que el flujo migratorio —lo decía ayer— va a detenerse, porque entonces pondrá de manifiesto, antes que todo, la fragilidad de los sistemas políticos de Latinoamérica, su incapacidad para hacer frente a contingencias sociales que sólo los mismos gobernantes y las plutocracias han propiciado.