lunes, diciembre 26, 2005

Mil cien millones de dólares


Las calamidades que provoca la edificación del “muro” para los mexicanos y la “barrera”, para los gringos, no queda solamente en las huestes diplomáticas. Se calcula que los mil cien kilómetros proyectados tendrán un costo de aproximadamente un millón de dólares por cada uno y en épocas donde lo importante es tocarse el corazón cualquiera se pregunta si el imperio no tiene mejores cosas en qué gastar, como en la ayuda humanitaria, por ejemplo. Pero el acuerdo se orienta a marcar que esto no frenará el cruce ilegal de la frontera y que si una parte de los tres mil kilómetros que suponen los linderos de México con los Estados Unidos es mojonada con malla metálica y tecnología de punta, quienes buscan el sueño americano, simplemente se expondrán de más.
Los analistas están de acuerdo, se trata de “peligrosas medidas represivas” que recrudecerán los sacrificios a los que se exponen los inmigrantes. Pero en el Congreso de los Estados Unidos unas trescientas cincuenta muertes de monolingües (cifra que calculan al cierre del año fiscal, en septiembre de 2005) que van a su territorio dispuestos a la moderna esclavitud no significan mucho. Y más que la vergüenza que pregona el presidente Fox, la paradoja consiste en preguntarse si los congresistas entienden las implicaciones reales de estas medidas, que sin ninguna duda, repercutirán en la economía. A no ser que de mientras, en los dos años que calculan para terminar la magna obra, los constructores estadounidenses contraten a los ilegales, pero bajo la condición de que México permita la instalación del andamiaje dentro de su territorio. De esa forma todos, de momento, estarán contentos.
Con ese muro no va a frenarse la existencia de ilegales. La economía que ostenta el país de las barras y las estrellas se enfrentará a problemas internos. Por un lado quizá logren solucionar la cuestión de los servicios básicos humanitarios (seguridad, que más valdría escribirla entrecomillada y salud), que fue una de las primeras controversias en el asunto de los inmigrantes. Se les dejaba morir como perros —porque el país de la democracia no tiene el soporte legal para defenderlos— o aceptaban que sí, que la empingorotada sociedad gringa siempre sí tenía la roña y era necesario curarla. Aquel alegato ponía en tela de juicio si un contribuyente norteamericano tenía el derecho a que se le diera atención médica a uno que no aportaba. Y se esgrimió que de tener un empleo bien remunerado, de existir como “trabajadores extranjeros” en lugar de “ilegales” las condiciones de la balanza financiera iban a estar mejor equilibradas.
Queda claro: la explotación del más débil siempre dará buenas ganancias. El hecho de evitar el flujo migratorio, a la larga, taponará el desagüe de la cañería. En un ¿quién vive? cuando el muro sea una realidad los problemas de la frontera irán en aumento. Si el avance se minimiza los abusos a los trabajadores que mantienen su carácter ilegal llegarán a puntos críticos; al escasear la mano de obra barata e “impedir” un retorno que nunca se dará, el ciudadano latino que pierde sus derechos (por mantener una estancia ilegítima) no tendrá más que sufrir su indefensión. Una caída muy drástica para las economías, la mexicana principalmente, que dependen de las remesas. Y ya comienzan a circular los cálculos que pronostican un decrecimiento de hasta el cuarenta por ciento en los salarios de los paisanos que amablemente trabajan sin papeles en regla.
Esto no es atenazar a Tarzán por los huevos, sino al mero King-Kong. Un empresario decía con sorna: “Nos quitaron la mitad del territorio, pero ahora se las estamos llenando”. Quizá, pero ahora que la tienen llena o al tope, poner un alto querría decir marginar, ponerle un límite a la pobreza y jugar a la política migratoria con las naciones que se verán menos favorecidas. Bailar al son que nos toquen, porque un acuerdo en el que todos salgan contentos, estará por verse.