martes, diciembre 13, 2005

Y tras Guadalupe, Los Reyes




En cualquier ciudad de cualquier país del mundo que pretenda aproximarse a la cultura occidental, estás son fechas donde comienzan las celebraciones que recordarán el nacimiento de Jesús, como baluarte de la Cristiandad y eje del Catolicismo. Aquí, en México, los festejos comienzan desde Guadalupe, esa virgen morena tirándole a mora a la que los frailes hicieron pasar como india y que pese a todas las polémicas es una figura fundamental y fundacional en la mentalidad de la generalidad mexicana que profesa el catolicismo.
Si la virgen se le apareció a Juan Diego o no, tampoco es cosa de ponerse de necio con tal de ganarse un linchamiento colectivo. Lo cierto es que la tradición decrece en la medida que los monopolios televisivos van perdiendo el favoritismo de la audiencia mexicana. Cuando aún 20 años atrás no quedaba, como parte del ocio y del entretenimiento, más que ver la televisión abierta nacional, es decir, la que aparentemente sale gratis (los canales de Televisa y lo que era Inmevisión); el público tenía que recetarse de siete a cinco días de bombardeo previo. Allí se repetía que la “Morenita del Tepeyac” era la madre de todos los mexicanos y que el día 11, por la noche, nadie se perdiera las mañanitas que le llevaba la pequeña Lucerito y hasta Lola la grande; ¿no es cierto?
Con la religión a veces ocurre similar que con la alfabetización. Uno hace números y resulta que entre más crece el número de personas que saben leer y escribir, las cifras de lectores van en declive. Así con las religiones más aparentemente arraigadas, visite cualquier templo católico ubicado en los cada más dañados centros históricos de las ciudades de medianas a grandes de este país —a los que de por sí hay libre acceso,— un día que no sea domingo, y verá la escasez de feligresía. Dudo que la gente ya no crea en Dios, pero entre tantos distractores de carácter mágico, esotérico, astral y de curaciones milagrosas, el público que antes cautivaban los sermones de buenos curas ha preferido consultar su suerte “en línea” o marcar unas teclas de su celular para enterarse sobre qué le deparan las estrellas.
Y bueno, una vez que se terminan los festejos en honor a las Guadalupes, porque debo casi asegurar que en toda familia mexicana (total, somos familias abiertas y mixtas, es decir: un chingo) hay una Lupe... pues vienen los días de las posadas. Luego Navidades, los recalentados, el día de los Inocentes, la noche vieja, el año nuevo y las vísperas del día de reyes. Y ante ese remate, los niños que son toda inocencia, con toda seguridad, no entenderán cómo tres individuos cruzaron un desierto y montañas y todo, ya no para ir a adorar a un niño, si se supone que se trataba del hijo de Dios; la cosa está en que se crean que estos reyes iban montados sobre un elefante, un camello y un caballo. Que si los animales iban pulguientos, como changos de circo de quinta categoría, pues ya no es cosa que interese mucho. Válganos. No sé hasta dónde la preservación de las fiestas nos asegure la permanencia de las tradiciones. Suenan parecido, pero son cosas distintas. Aunque si un antropólogo está leyendo esto, ya debe estar orinándose de la risa, porque ellos dirán que justo la repetición de una fiesta, quizá con elementos que no cambien, va a conducir a una tradición y que sin huateque, pues no tiene chiste. El lío es que estamos perdiendo el sentido, la razón de la fiesta. Claro, en los genes “nacionales” uno lleva escrito el 12 de diciembre quizá con mayor claridad que el 16 de septiembre. De lo que sí queda un seguridad rampante es que a partir de ayer y hasta el día seis de enero del venidero 2006, las resacas y los comelitones nos serán continuos. Porque lo mexicano se lleva en el corazón y a veces hasta creemos que con dar un buen regalo aquel nos va a perdonar o aquella nos echará el ojo, o dirán que uno es un desprendido o ¿cuántas historias de estas, se sabe usted de Navidades? Aumenta el número de suicidios, de accidentes automovilísticos, el número de asaltos, los supermercados están como para odiar a todo el mundo, las pastelerías, las cárceles, los hospitales, los manicomios, los asilos, los horfanatorios... ¿llega nuestra fiesta a todos lados?