
Cierro al fin la última página de la relectura de la novela Columbus, de Ignacio Solares. El tema del libro se refiere al movimiento armado de 1910 en México, la presencia de Francisco Villa, sus incursiones norteñas y algunas de sus consecuencias. Atisbo a uno de los estantes y observo la hilera de “novelas históricas”, desde la A, de Aguilar Camín hasta la Y, de Yourcenar y me consuela que no soy el único obstinado en trasladar la divulgación e interpretación histórica hacia los derroteros de la literatura. Pero entonces me pregunto: qué sentido tiene producir visiones actuales de tiempos anteriores. Igual me requiero si es práctico escribir sobre lo sucedido hace tiempo, cuando otras plumas, de la época, ya lo han tratado con más detenimiento y mayor cercanía a las fuentes de vida (a los protagonistas, por ejemplo).
Recuerdo algún juicio que blanden las corrientes históricas surgidas en Francia a finales de la Segunda Guerra Mundial, en que se ha vuelto cada vez más razonable que toda generación tenga derecho a interpretar, en su propio tiempo, lo acontecido durante su pasado. Así pues, no representa novedad atinar en declararlo; incluso los contemporáneos, como Michel de Certeau así lo representan. Para referirme al algo concreto, el tema de la pasión de Cristo ha sido una de las historias más llevadas a la pantalla, desde las versiones románticas que muestran a un Jesús enteramente ligado a lo divino hasta donde se le humaniza al punto de explotar el tema de las pasiones y miedos, propios de cualquier hombre y mujer.
Pero ¿cuál es el objetivo de que tantas revisiones a la historia se trasladen a la literatura, cine, teatro y televisión, entre otras múltiples opciones, pensadas para el consumo generalizado? Es decir, que a la formulación de la pregunta viene como aspiración lógica la respuesta o al menos el atisbo que trata de conducirse por laberintos como los sistemas culturales o las mentalidades. Sabido es, y con peligros de incidir en reiteraciones ociosas, que toda producción en el discurso histórico no pasa más allá de sus consumidores habituales y los círculos académicos que validan lo expresado. Pero la Historia en ciernes, en sus periodos de construcción, requiere necesariamente la presencia de los grupos o sociedades susceptibles a estudio y análisis.
Para responder a cuestiones tales como objetivo, producto y finalidad, habrá que dividir la manera de abordar esos materiales. Las aparentes rupturas textuales, permitirán realizar, aunque sea con brevedad, un bosquejo de la representación y el consumo de los acontecimientos históricos que han pasado de los especializados libros historiográficos a los grandes medios. En tal caso léase: cuando el material a revisión (lo sucedido) llega finalmente al gran público, el que no tiene la obligación de constatar datos y fechas con un aparato crítico. Para ese gran y temible público, a quien lo mismo da, como dice el refranero, “lo variadito es lo mejorcito”. De esta forma…
Cada sociedad, en todo momento tiene, si no la obligación, sí la convicción y necesidad de refrendarse en la cuestión de valorar (para bien o mal) aquello a lo que pertenece. O bien, para explicarlo en términos de origen diré que como una colectividad cultural dada, requerimos de una historia que apuntale el proyecto del que venimos y al que vamos, que para verlo con optimismo se referiría más o menos a la meta por la que se apuesta en el futuro.
De tal forma, muchos son los ejemplos que pueden observarse en cada una de las ciudades de México al encontrarse con la historia perpetuada, de bronce; grabada en la colectividad a la vez que en cada individuo. No falta la nomenclatura asignada a las calles, el nombre de los parques, escuelas a todo nivel y una rica variedad de monumentos con sentido patrio. Fue, sin duda alguna, una de las formas en que el viejo régimen consolidó un proyecto de nación en el ideario popular.
Las calles, por ejemplo, dejaron de referirse a su anterior arraigo, que solía denominárseles con algún ingenioso título que recordaba el suceso en tal casa, esquina o comercio. Callejón del Perro, porque hubo en la casa número diez un perro que mordió a casi todo el vecindario. Pero cuando un régimen cualquiera persigue una perpetuidad (al menos de momento) entonces habrá que reasignar las mentalidades populares. Vienen los cambios y con ellos, el lento pero seguro olvido. Semejante ocurre con las ficciones que aprovechan los acontecimientos, a la larga, la versión más contundente será la literaria, en parte porque cuenta con un mayor número de consumidores que la historia oficial.