
El papa Benedicto XVI, a quien aparentemente no le deleitan los vítores del pueblo a la usanza de su antecesor, ha comenzado a mudar la imagen de un jerarca hostil, sin carisma, por uno que emplea la pluma y las incógnitas; aunque las fuentes cercanas al Vaticano comienzan a filtrar que la Deus Caritas est —en latín— habría sido adelantada por el extinto Juan Pablo II. Su primera encíclica (carta que dirige el Papa a los obispos del orbe católico) Dios es amor, no traza la directriz del pontificado (se ha supuesto que el primer documento de esta naturaleza llevaría implícitas las líneas generales de su “gobierno”) y se adentra en cuestiones de tipo más teológico, pues explica los argumentos centrales del cristianismo. ¿No hay línea en las apostólicas letras?
A decir de los analistas, el empleo de la palabra amor no se debe entender como en las últimas décadas del siglo XX nos lo hicieron pensar. Que no, que se trata de una acción de brindar caridad al más desprotegido, sobre todo si éste vive en los países considerados en subdesarrollo, es decir, a los más jodidos de entre los pobres. Ahora el papel de la iglesia no será codiciar sus escañitos sino convertir en una mesurada dádiva a todo aquello que huela a clero. Así que para evitar excomuniones tendremos que borrar del disco duro todas las canciones que nos conduzcan a la vaga idea de tangos y boleros porque “amor” ya no se refiere a querencias, besos y agonías, la factura de ahora es ayudar al menesteroso.
Los que nunca están conformes dirán que el objetivo es continuar con la pobreza, porque además de que la sola palabra orilla a pensar en la mugre, el hacinamiento, la falta de alimentos nutritivos y el mínimo de comodidades que supone la vida digna, pues añadirán que pobreza es ignorancia. Y la ignorancia, queremos comprenderlo de esa forma, es una de las peores condiciones a las que puede estar sometido un ser humano; pero como también hay muchos millonarios en tinieblas mentales, quienes defiendan a capa y espada las nuevas bien intencionadas tesis vaticianas no querrán aceptar que una señora que hace sus compras en los mejores almacenes de la quinta avenida, esté necesitada de caridad. Porque el santo padre fue muy claro: ayudar los tercermundistas. Auxiliarnos.
Cuando se ponen en el plato de una balanza las cosas buenas que tiene la iglesia católica, es de esperarse que del otro lado se pongan las malas. Y es verdad, canta primero la gallina asada que esperar a que el fiel indique una paridad en el pesaje. De aproximadamente 1681 años que tiene la iglesia, si consideramos como punto de partida que en el 325 el emperador romano Constantino declara oficial al cristianismo, como única religión del Imperio, ¿cuántos siglos de bondad y caridad pesan sobre los de oscuridad y contubernio? Se nos advierte, eso sí, que la iglesia no quiere gobernar a los Estados, pero entonces también indica que no puede callar ante las ignominias, los abusos; el mundo sufre y la caridad es necesaria. Hoy que los templos del culto católico reciben cada vez a menos feligreses y que las acciones de la ONU pisan los umbrales del entredicho, el cesaropapismo de los obispos de Roma quiere mudar lo que le queda de la pelambre del león.
“La encíclica de 71 páginas ilustra el empeño del Papa de origen alemán de regresar a los principios básicos del cristianismo con una meditación sobre el amor divino y la necesidad de ampliar las obras de caridad en un mundo injusto.” Es un fragmento del reporte que Nicole Winfield entrega para la agencia Associated Press. En otro se lee: “‘Los que practican la caridad en nombre de la Iglesia nunca intentarán imponer a otros la fe de la Iglesia. Comprender que un amor puro y generoso es el mejor testigo del Dios en el que creemos y por el cual somos impulsados al amor’, insistió el sucesor de Pedro.” ¿Significará que la iglesia católica va a estrechar sus manos con la competencia y a poner al servicio de la humanidad su experiencia, su capacidad de gestoría y sus amplísimas relaciones diplomáticas, con tal de que material y espiritualmente nos sintamos en el entorno de un mundo mejor?
Yo contra la iglesia no tengo argumentos de defenestración total. Fui monaguillo de un cura suficientemente letrado (aunque muy enamoradizo) y ahora milito entre las amistades de un jesuita que ha dedicado treinta años de su vida en los derroteros de la evangelización en los sistemas penitenciarios del país, por eso me consta que existe un clero muy estrecho para con el pueblo y otro que sabe de viajar en primera clase hasta la ciudad de las siete colinas para besar, con reverencia y respeto, el lujoso anillo de oro que en su mano derecha blande el santo padre.