lunes, enero 23, 2006

La cena de los culturosos


No sé si se trate de la primera vez en la historia del estado de Veracruz, sería improbable, pero como en la actualidad contamos con una rapidez más que grosera en la información, los dimes y diretes son casi tan inmediatos como se pronuncian. Ahora la cuestión es la permanencia del Instituto Veracruzano de la Cultura en el organigrama de gobierno de este mismo estado. Todo empezó cuando un grupo de creadores y ejecutantes (léase: artistas) se reunieron para reformularse el rumbo de la política y administración en materia de cultura; eso, lo sabemos, acontece cada año y casi todas las noches. Por lo tanto no hay aguja en el pajar, sucede que esta es la rueda de la fortuna y unas veces nos toca la vista panorámica y otras simplemente nos conformamos con mirarlo todo desde abajo, o desde la trinchera.
El motivo de tales reuniones, me consta, no fue para echar madres por el reparto de becas, el empleo de espacios públicos o las oportunidades que tienen los jóvenes frente a los consagrados. Y es algo muy sano, es, incluso, un ejercicio de sanidad democrática que un posible beneficiario cuestione a la administración en turno. Yo lo he dicho en actos públicos, cuando un incauto se atreve a convidarme para hablar sobre un libro que edite el gobierno: “Ningún gracias, es una obligación del estado preservar el patrimonio y para eso tienen una partida presupuestal”. O a ver, ¿por qué habremos, los ciudadanos de a pie, de aplaudir algo que está dentro de sus obligaciones como funcionarios o como prestadores de servicios? ¿A poco nos ovacionan cada vez que pagamos IVA? Y así como pavimentar una calle es importantísimo, no menos puede ser abrir una biblioteca, dotar de equipo de cómputo a una escuela o evitar el cierre de una palestra donde podamos expresarnos los que estamos metidos a creadores.
Entonces el lío de los independientes contra los oficiales no tiene razón para crear polémicas y políticas elevadas. El jueves pasado lo comenté en una reunión —no programada— entre personas con fehaciente trayectoria en la cultura y las artes de Veracruz (donde al final yo resulté el “colado”), que el país tiene demasiados líos como para que una comunidad tan pequeña y en la que se supone militamos personas “tan preparadas” cojamos la chancleta y nos queramos matar como si de cucarachas se tratara. La discutida Iniciativa de Ley Cultural para el Estado de Veracruz es, antes que todo una “iniciativa”; los que participaron en las pinche mil reuniones hicieron su chamba; quienes nos apartamos de la redacción del documento lo hicimos bajo nuestra cuenta y riegos. Pero me consta que todos fuimos convidados.
Y cuando la propuesta estaba lista, a los medios nos llegó la voluminosa copia (en formato electrónico) de sesenta y tantas cuartillas. En el caso de esta casa editorial, decidimos publicarla íntegra y restar espacio a nuestros amables colaboradores del suplemento cultural. Tres semanas y tres entregas —lógico; fueron los dos últimos fines de semana de diciembre y el primero del mes de enero— se llevó la iniciativa; pero si era una propuesta tan exhaustiva y teníamos la posibilidad, pues allí estaba. Para regocijo del gremio o preocupación, nos tiramos el trompo a la uña. Incluso, yo la remití vía electrónica a quienes me la solicitaron. Jamás se trató de ocultar nada, como tampoco jamás se ha vetado información en el rubro de cultura, que es el que tengo a mi cargo.
Los promotores y los creadores saben que en estas páginas los lectores se han encontrado y se encontrarán con la oportuna información de sus actividades, porque la última palabra la tiene el público, el verdadero público que se desplaza desde sus casas hasta donde estemos haciendo el numerito y que siempre les agradeceremos su presencia, porque el resto se le reserva al olvido. Así que dejémonos de hacer pucheros y bendito sea el diálogo. Y si la iniciativa es una causa de alboroto, no faltará quien lo haga mejor; Camilo José decía que apara escribir la Biblia o el Quijote sólo hacía falta un paquete de hojas y un lápiz.