jueves, enero 19, 2006

Tlacotalpan y cornamentas civilizadas


El clima era cálido y aunque el cielo estaba nublado, la proximidad con los médanos de la barra de Alvarado daba a los reporteros que viajábamos hacia la siempre quieta ciudad de Tlacotalpan una sensación de que allí, las cosas que suceden, tienen aún la oportunidad de pensarse con sobrada calma. La camioneta que nos llevaba viró por las callejuelas y de pronto los portales y las columnas que, a no ser por el colorido, nos hubieran engatusado y hecho pensar que sólo estábamos girando en redondo. Otras callecitas, arribar al palacio municipal y preguntar al primer funcionario a la vista (creo que le importunamos la sesión que se traía con una descomunal pepitoria) si tenía conocimiento del lugar en donde celebrarían la rueda de prensa sobre las fiestas de la virgen de la Candelaria. Pregunten arriba, señaló con el dedo gordo. Y allí vamos en tropel. Que a unos cuatro minutos a pie, en el restaurante fulano que se encuentra en la rivera del Papaloapan.
Un registro lento y la entrega de cuadernillos informativos donde constatamos las leyendas que se repiten cada año (ni modo de cambiar la historia y las tradiciones para dar información novedosa a los lectores). Anexo, el calendario de las festividades, que en esta ocasión iniciarán a partir del sábado 28 de enero para concluir el jueves 2 de febrero, el mero día de la virgen. Y ya se sabe, los funcionarios culturales a nivel estatal, las autoridades del ayuntamiento, dos grupos de jaraneros, los ajustes de última hora y un anuncio que, a no ser porque en este tipo de eventos siempre jala más el dato de las cifras —el retintín del “¿cuánto cuesta?”— marcó una señal de civilización: se respetará la integridad de los toros que se embalsan.
Para los grupos defensores de los animales el anuncio delata una buena disposición de las autoridades. Pero quizá haga falta una aclaración para el lector que no esté familiarizado con los festejos de la Candelaria en Tlacotalpan. El día primero de febrero corresponde al paseo de los toros por el río. Y no es que a los animales se les invite subir a la embarcación o para cruzar el torrente les enfunden chalecos salvavidas o hayan tomado cursos de nado. Imagine, quien las líneas sigue, a un semental de la raza cebú que pesa unos cuatrocientos kilogramos; allí está, pastando en el potrero y regurgitando en el hocico parte de su alimento. Avista a cinco o seis cuatreros que lo amordazan para conducirlo a donde una muchedumbre briaga grita. Enardecidos, los festejantes palmean sus grupas, tiran de su cola y los magrean como pueden. Al animal lo jalan hasta la orilla para que los ocupantes de la lancha lo cojan de la cola y el pescuezo y arranca la hélice del motor. En el nombre de Dios, la borrachera y María santísima, que total, es por su día. Eso era ya una referencia común en aquella fiesta.
Ahora se insistió en que se regresa a la tradición original, en donde si hay gusto por la tauromaquia no sucederá con las brutalidades que hasta el 2005 se cometían. Ya veremos, porque sabido es que la “Perla del Papaloapan” se llena de turistas y de jóvenes enardecidos que desean probar su grado de adrenalina... y pues sí, hay que estar borracho y loco para arrojársele a una bestia, sin la preparación adecuada, lo digo por el animal de dos patas.
Pero bueno, la ciudad de Talcotalpan no sólo promete colmos. Un variado y extenso programa cultural que abarca desde el XXVII Encuentro de Jaraneros y Decimistas, presentaciones de libros, obras de teatro, fandangos, carreras náuticas, actividades religiosas, espectáculos pirotécnicos, homenajes a músicos con reconocida trayectoria, zanqueros, gastronomía, toreo de verdad, rejones y baile, hasta que el cuerpo aguante, respaldan a esta fiesta. En definitiva: alegría y diversidad cultural.
Se espera una derrama económica de aproximadamente tres millones de pesos, cantidad de no muchas sorpresas si nos atenemos al cálculo de las autoridades, quienes proyectan que el costo es de unos dos millones y medio... Las buenas intenciones llegaron al terminarse las preguntas de los reporteros y los corrillos empezamos a reunirnos para retornar a nuestras ciudades de origen. Caminábamos, los de Xalapa, rumbo al sitio donde nos esperaba la camioneta, cuando al pasar junto a unos lugareños, comenzaron a decir sin remilgo alguno: “Ahora se llaman licenciados en ciencias de la comunicación, pero en verdad quiere decir gente chismosa que nomás se anda metiendo en las vidas ajenas”. Permitimos una prudente distancia y luego estallamos en risas: “A ver licenciados, saquen su patente de corzos” dijo uno de los nuestros.
Ya de regreso el pronóstico se cumplió, en las cercanías de Xalapa los suéteres y las chamarras volvieron a abrigarnos.