martes, enero 31, 2006

México pobre e inseguro


Este se trata de un país donde las engorrosas situaciones de acierto y error están cada vez más cercanas a la realidad; la creación de pactos, compromisos, redes para combatir a la delincuencia, firmas, abrazos entre políticos, bombos y platillos indican la inestabilidad de un sistema y no la necesidad que éste demuestre por arreglar las cosas. Cuando se planea tanto sobre un mismo asunto, se recorta por aquí para adicionar allá, la muestra es palpable, desde el principio se proyectó mal y hay que hacer las cosas de nuevo: reunir y acordar, no rehuir y desmembrar.
Del viernes a la fecha nos venimos enterando de la ola de violencia que asalta al país. Pero hace no mucho también se registraba un fin de semana sangriento, de ejecuciones que las autoridades confirmaron como un ajuste de cuentas entre los que integran el crimen organizado. Que tuviéramos calma, que lo de entonces y lo de “hoy” no es una pequeña muestra de lo que puede devenir conforme se acerque el proceso electoral, que se trata de los narcotraficantes que se están luciendo como nunca... como si los capos reunieran a sus asesores y por recomendación, aprovecharan que México se encuentra en la mira del mundo para hacer de las suyas. La publicidad gratuita no se desdeña.
Pero si razonamos sobre la idea de crimen organizado debemos intentar un pensamiento que nos lleve por los entresijos del que está desorganizado. No debe ser lo mismo un grupito de pandilleros de barriada (pobre y rica, para todos hay) que asolan a los transeúntes para robarles lo poco que les queda y que en su mayoría se componen de adolescentes y jóvenes de que aquellos asegurados por una verdadera red de comunicaciones, de “infraestructura” se dice en estos días. Para hurtar una penca de plántanos de la verdulería de la esquina se requiere tan solo de piernas veloces y conocer las callejuelas por donde se ha de dar fuga. Para hacerlo a lo grande —no robarse un cargamento de plátanos— los medios y las relaciones que se guarden con los que intervienen, son indispensables.
¿Y quiénes intervienen en las redes del crimen organizado? Como son redes, no se trata de una persona o del grupo destinado a conducir los cargamentos, desde baratijas de contrabando hasta droga. El asunto va más allá de las fronteras comunes que impone al imaginario la trama de películas de policías y ladrones. Los tráileres avanzan lento y las avionetas no son impulsadas por uranio como para que nadie se percate de su existencia; y en un territorio donde la honestidad no puede ser el salvoconducto para llevar una vida digna, el destino ofrece las vías necesarias para la corrupción. Y no es cuento sólo de esgrimir los bajísimos salarios que perciben los cuerpos policíacos, de su escasa o nula preparación (¿le servirá a un agente aduanal saberse el teorema de Pitágoras?), de implementar dinero para el nuevo plan que tratará de enfrentar al narcomenudeo. El punto coyuntural es aplicar la ley.
Adolfo Gilly, escribía en La Jornada, el 22 de junio de 2005: “Más de 20 años de destrucción neoliberal de México; de empobrecimiento sin límites de los pobres y enriquecimiento sin límites de los ricos; de destrucción de las frágiles barreras protectoras antes subsistentes -seguro social, salario mínimo, pensiones, propiedad ejidal, empleo formal, educación, patrimonio público, artículos tercero, 27 y 123, contratos colectivos-, y de sumisión creciente del Estado nacional a Estados Unidos, a través del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Tratado de Libre Comercio, nos han llevado a la presente crisis, en la cual los políticos de los tres grandes partidos -PRI, PAN, PRD- aparecen desbordados, postrados, confusos y, sobre todo, frívolos.”
Nadie dice que en los países ricos la corrupción no sea un hecho, pero es cierto que mientras el Estado Mexicano se guarde la dosis de justicia para los amigos y la de ley para sus enemigos, viviremos en un territorio minado y mermado por el miedo.