
(fragmento)
Yo me quedé, con toda mi rabia; maldiciendo una y mil veces la escuela donde los maestros me engañaron, porque ellos siempre nos dijeron que llegaríamos lejos; sí, pero no nos dijeron que “lejos” era sólo a unos cuantos metros cuadrados, en un cuarto piso, que son tuyos ocho horas al día, de lunes a viernes. ¡Mi gran futuro! Porque mi aspiración se reduciría, a lo máximo, a ocupar, algún día, una oficina en cuyas puertas de aglomerado y vidrio se leyera: Jefatura. Y para eso es necesario no faltar jamás a una junta sindical, a un desfile e incluso a un plantón o, en caso extremo, a un paro de labores.
Llegué aquí recién egresado. Muchos dicen que tuve suerte porque encontré trabajo. No es cierto. Mi buena estrella no fue la del zodiaco sino la influencia de un pariente que logró acomodarme. Me pusieron en esta oficina porque, según escuché, es la puerta de entrada a esta dirección. Mi trabajo es revisar los informes de las escuelas que traen los supervisores. Pongo puntos y comas donde hace falta, capturo y después imprimo; mi jefe revisa y si está de acuerdo autoriza. ¿Para qué? Para convertirlo en un legajo más que va a parar al fondo del cajón del archivero, dentro del expediente fulano o mengano. Eso es mi trabajo, de lunes a viernes.
Antes hice muchos intentos por tener un empleo en el que pudiera demostrar lo aprendido en la escuela de administradores, pero no resultó muy satisfactorio. Viví demasiadas vueltas, solicitudes (soy experto en llenar los “machotes” que expenden las papelerías), entrevistas y hasta por conveniencia: cambios en los gustos futbolísticos. Pero siempre hubo algo que impedía mi paso. Aquí estoy bien. En una oficina o le das por su lado al jefe en turno o te la pasas muy mal; yo prefiero dar por bien librado a mi jefe y cobrar mi cheque sin muchos cargos de conciencia.
En los “informes” gastamos demasiada tinta y papel, porque todo debe quedar bien y en orden. Y si una palabra está mal lo imprimimos de nuevo. No importa.
Cuando obtuve el trabajo alguien me dio el remedio para pasarla bien en las oficinas: “Coopera lo que puedas en todas las colectas y no hagas preguntas. Que va a nacer el hijo de fulanita, que la peregrinación, que el día del amor y la amistad, que el amigo secreto... todo”. Así lo he hecho y me ha funcionado bien. Me tienen por uno de los suyos y es importante. Al menos no les significo un cero a la izquierda.
Quieren saber del jefe anterior, a ver. Se rumora que el licenciado era un tipo muy gris, andaba tras de cualquier secretaria que se le dejara. Jodidos nosotros, que no tenemos faldas.
Llegué aquí en diciembre. El mes del cambio de administración... Pues me encontré con esto. Lo que le digo: que el jefe andaba con todas y con ninguna en especial. No tengo la culpa de las cochinadas a las que se han dedicado. Claro, uno que otro día llego medio crudo y me curo la resaca bebiendo café o agua fría. Esto me hacía sentir mal, de verdad. Pero de un tiempo a la fecha me siento realizado, mejor, bien en una palabra. ¿Por qué? Me enteré de las porquerías que hacen quienes se las daban de ser personas honorables, libres de tacha y de conducta mal portada, y no son ellos quienes deben lanzar la primera piedra. Lo menciono, porque saber sus cosas es un equivalente a convertirse en su amigo, de los jefes, claro. Pero no más.