
Con un abrazo a Carlos Alemán,
a quien conozco sólo por sus letras.
Puede ser una historia que se aplica a cualquier ciudad donde existan los artistas y los creadores; porque donde milita la competencia siempre irán hermanadas la envidia, los vetos y los golpes bajos. De ello no se salva, ni con ríos enteros de agua bendita, desde la Real Academia de la Lengua Española hasta los círculos de lectores que se configuran en cada barrio. Ya lo sabemos, siempre hay uno que se pasa de listo y cuando tiene el aplauso de dos o tres cómplices el pecho se hincha al grado de hacernos creer en la levitación; es una condición tan humana que se torna inservible, como todas las vanidades.
Ahora sucede que en la ciudad de Coatzacoalcos los integrantes del “Ateneo Puerto México” le niegan la supuesta participación en los actos literarios al joven poeta Carlos Alemán. La queja de Carlos ya circula, vía electrónica, por todo el estado... quizá la solidaridad (me consta que muchos colegas continúan “reenviando” la carta de este muchacho, un texto dirigido al alcalde de la ciudad y al presidente de la Unión Estatal de Escritores) venga de que los interesados en compartir la denuncia no pertenecen a ninguna mafia —yo hasta ahora me entero que en Veracruz hay un gremio estatal de escritores. Y si algunos están adheridos a grupitos o a grupotes, también me consta que siguen aferrados a su trabajo de investigación y creativo, con parasoles o sin ellos.
Y como debemos suponer que ya no existe la inquisición a la manera de la Colonia, ni modo de quemar a las brujas en leña verde, ni modo de inventarles un pasado judío o sembrarles algunos ídolos para que el espíritu de Torquemada acuda a ellos y se cumpla la justicia divina en palabra de los hombres. ¿Para qué tantos brincos? Yo soy uno de los que creen, con sobrada firmeza, de que hay público y lectores para todos. Si lo que escribimos es una maravilla, al grado de ganarse la mención en una página entera de la Enciclopedia Británica, pues en su momento los encargados del asunto lo incluirán. De unos años a la fecha he comprendido que la única verdadera carta de presentación ante el público es el trabajo personal y que los grupitos sólo sirven para tomar el café o la copa, compartir algunas divergencias, pasarse los chismes que circulan sobre la vida privada y en muy escasas ocasiones, pero muy contadas, ligar. El resto es la selva.
Es probable que Carlos Alemán, por su inexperiencia —la juventud es otra cosa— aún piense que pertenecer a unas siglas le asegure lectores. Para ello me gustaría recordar al filósofo Gadamer, quien en su libro “Palabra” comenta que la solidificación profesional (¿fama? ¿Habermas, Gadamer, Kant, Spinoza... son famosos allende los círculos especializados que se dedican al estudio de sus obras?) requiere básicamente de la aceptación y respeto en dos aspectos: el público y el académico. El público aplaude, la academia respalda. Se lee bien fácil, pero conseguirlo es el constante reto de toda una vida. Y eso queda muy claro desde las universidades marca patito hasta la UNAM y el Colegio de México.
Una vez le pregunté a un académico de alto nivel por qué nunca se afilió al PRI, cuando en sus tiempos de juventud aquel partido era la única opción para brillar en la esfera de la administración pública y tener, por ende, derecho a las generosas rebanadas del pastel. Él sonrío y tras pensarlo dos minutos —creí que se le había ablandado el corazón y me contaría la triste historia de su vida— pasó a una estruendosa carcajada: “Chingao, amigo, porque los cabrones nunca me invitaron”. La chabacana lección de aquella tarde fue que si uno muere por estar en una mafia y nadie le convida, habría que inventarse otra; la verdadera, lección, no mafia, es tomar la decisión para la vida: ¿quiero los apapachos de un gremio o trabajar e intentar mejorar en mi trabajo? Total, a la larga se busca y se encuentra a quien sabe hacer las cosas, no a quien dice que puede.
Hay que detestar las reuniones donde tres monitos se dedican a declamar sus poemas al resto de una concurrencia que no bosteza sólo por mera educación, pero que en el fondo están deseando se termine el numerito al estilo porfiriano y pasar a engullir los bocadillos y solazarse con el vino tinto. Aquí siempre me pregunto: ¿por qué los escritores no vamos a las escuelas a ofrecer de forma gratuita la lectura de nuestros trabajos a los alumnos? ¿Qué no hay público? ¿Y los asilos y los hospitales y las cárceles y las bibliotecas públicas? ¿Por qué siempre con la necedad de medir nuestras fuerzas ante los que pretendemos ver como iguales?
Ya no tengo espacio, pero Carlos Alemán —él ya publicó— y muchos creadores en busca de tribuna saben que esta casa editorial cuenta con un espacio abierto a las manifestaciones artísticas, que un servidor lleve el timón es una cosa (para eso me pagan), pero que la idea es mantener la puerta abierta a creadores veracruzanos, doscientos veintitantos números y casi tres años respaldan al suplemento dominical Laberinto Veracruz. Los esperamos. Y los envidiosos, con su pan se lo coman.