lunes, marzo 06, 2006

Antes y después del intermedio


En efecto, la colega Barrera me echó en cara haberle “robado su tema sobre el cine” y dedicar la última entrega al asunto. Pero yo de filmes hablo poco y critico menos y a lo que me interesaba adentrarme era al cine como espacio público, una especie de plaza cívica donde antes se daban cita los personajes más variados. Cinema Paradiso (rodada hacia 1988 bajo la dirección de Guiseppe Tornatore y con la genial música compuesta por Ennio Morricone), como lo recordamos en charla telefónica, no cuenta una historia sobre la cinematografía sino que narra los sucesos de una sala ubicada en un pueblo de la Italia semirural. Aquella visión era precisamente una suerte de homenaje melancólico al viejo cine, al espacio donde se sustraía y a su vez se expresaba la vida cotidiana. A partir de la historia de Tornatore muchas fueron las cinematografías nacionales que se dieron a la tarea de rescatar sus propias visiones de aquel pequeño mundo.
Pero como este se trata de un tema amplísimo, que dará para muchas páginas y aún más filmes, he querido centrarlo en el uso del espacio. Decía la vez anterior que como tal, el cine ha servido de escaparate no sólo a las historias que se narran en la gran pantalla sino a lo que sucede en las butacas. Si el fin de semana se trataba de exhibiciones meramente familiares, entre semana y al amparo de las penumbras, de las dobles y hasta triples funciones, la cueva mágica recibía en sus adentros desde las típicas parejitas que aprovechaban la tarde para un faje, hasta para quienes se deleitaban en el placer solitario; ahora, los baños, esos encerraban relatos truculentos y macabros.
Recuerdo que fue en uno de aquellos viejos cines, multitudinarios, donde cada sábado se estrenaban —por allá de los años 80— dos finísimas muestras de nuestra cultura nacional e identidad popular. ¿Cómo olvidar el cine de ficheras? ¿El de albures y encueradas? Allí se me partió el corazón cuando vi a quien fuera considerada como abuelita del cine mexicano, a doña Sara García, en la cinta “Sexo vs sexo” donde interpretaba el papel de una saca-borrachos. ¿Qué hacía una abuelita en la cantina? Pues en su caso, trabajar en el estudio de grabación.
Acaso las fracciones de recuerdos más sabrosos se configuran por aquellas tardes de sábado en que paradójicamente se trataba de cine de ficheras, pero la sala se atiborraba por familias enteras. Y siempre sucedía que a mitad de un desnudo algún improvisado gritaba: “Así me gustan” y comenzaba la retahíla del respetable, desde los albures mejor logrados hasta las frases menos ingeniosas. Conforme pasaron los años y aquellas cintas cayeron en el desuso y en el olvido, nos fuimos acostumbrando al cine donde el cuerpo y las escenas de sexo más explícito fueron la principal atracción y no faltaba que una candorosa voz infantil rompía el silencio para decir: “Mami, ¿ya puedo abrir los ojos?” Las risas del auditorio no esperaban.
Hay tanto qué contar, que es preferible dejar el tema para una sesión de café y los recuerdos compartidos.