
No son pocos los que opinan que leer periódicos es deprimente, o que los pone de mal genio o de plano los sitúa en una especie de pánico inmóvil. Y eso que un periódico apenas se trata de un reflejo, de una pequeña versión del mundo que nos rodea y sobre todo, de las voces que se congregan para informar a los demás una mínima trayectoria que se dibuja en la superficie de un lago cuando una piedra es arrojada. ¿Quién sabe si la desesperanza forma parte de nuestra capacidad para comprender el lugar en el que vivimos? Suponemos que nos rodea la belleza, pero incluso debajo de un rostro perfecto siempre habrá una formación sebácea que amenaza con romper el equilibrio.
Ciencia o humanidades. La primera nos enseña a comprender el funcionamiento de las cosas y tal vez la segunda —allí me brotan cientos de dudas— nos ayuda a justificar, a defendernos de las propias catástrofes.
El agua en el planeta, para ser precisos en el continente americano, para ser aún más puntillosos en México se calcula contaminada en el noventa y cuatro por ciento. ¿Se trata de algo reversible? Dicen que la característica principal de los problemas es que no les puede evitar y para corregirlos hace falta comprender, a cabalidad, dónde radican los errores. Y como tal, una contrariedad social es un efecto de cadenas donde el movimiento más ligero perturba, incluso, al eslabón más pesado. Si parte de la contaminación es por los desechos industriales y la inmoderada cantidad de plásticos que se arrojan, quién sabe si estamos dispuestos a regresar a la incomodidad de morirse de sed a mitad de una caminata y evitemos comprar una botella con agua, o con refresco.
La Jornada ha preparado la edición del libro “Agua”, que será presentada el viernes próximo en la casa Lamm, en la ciudad de México. En su boletín editorial manejan algunos datos que se proporcionan en el volumen y tan sólo enfrentarlos, desmenuzar las cifras para después imaginar las posibilidades reales, exige una tarea de asumirse. En parte del reporte efectuado por Angélica Enciso se lee: “A las pérdidas de agua se suma la contaminación. En este rubro, aunque los datos difieren, se presenta un panorama desolador. Especialistas indican que todos los lagos, ríos y lagunas están contaminados, mientras que Conagua considera que aún queda libre de contaminación 6 por ciento de los cuerpos de agua superficiales. Una gota de aceite o gasolina es capaz de contaminar un millón de litros de agua”.
Suponemos con toda facilidad un día sin teléfonos portátiles, sin servicio de Internet o incluso sin electricidad; porque son revoluciones tecnológicas que apenas forman parte de nuestra existencia, si consideramos al género humano como a un ser de relativa juventud. Pero todo el ingenio y la industria no sirven sin lo mínimo para que exista la vida, para reflexionar que a veces debiéramos desatendernos de los payasos metidos a políticos que tanto nos divierten y averiguar en la brújula de los divulgadores científicos un rumbo que nos permita seguir flotando. O de menos, tratar de observar al cielo y soñar que podemos guardar la mitad de la luna en un vaso con agua. Federico García Lorca escribió un romance donde la madre le advierte al hijo que no puede bordarle la luna en la almohada, porque tendrá mucho frío.