miércoles, marzo 08, 2006

Señoras y señores: las mujeres en su día


El siete de marzo del dos mil cinco se diferencia de este porque: 1) Aún no había campaña presidencial; 2) Estaban por venir los desastres naturales y 3) En la sala de redacción ya sabíamos qué compañeras reporteas habían sido convidadas o enviadas a cubrir algún numerito relacionado con los festejos del Día Internacional de la Mujer. A la recepción habían llegado sobres lacrados con cartitas de felicitaciones, aunque eso sí, ningún político quiso que se le confundiera la intención y se les pasó por alto mandar flores (ni que fuera el día de los novios) o de perdida un cachivache para hacer jugos (ni que fuera día de las madres); y como tampoco era Navidad, pues ni pensar en una botella o una caja de bombones. Una cartita, mona, con letras garigoleadas y al final la rúbrica de don Perenganote de Tal, cacique de Secretaría.
La cuestión fue todos le entramos al quite del festejo, porque si nada más de hablar se trata, nadie se queda mudo. Y las mujeres para arriba y para abajo, que si las indígenas, que si las masacradas en ciudad Juárez, que si las martirizadas por la violencia intrafamiliar, que si las madres solteras, las teiboleras; bueno, las once mil vírgenes y todas sus atribuciones se quedaban cortas. Proclamas, debates televisados, pines, concursos de carteles (los de papel, no los del narcotráfico), performances, manifiestos artísticos y las señoras de la política y las que se encantan por asistir a las galas de caridad: plenas, émulas de Eva Perón dirigiendo su arenga a la masa. A un año de distancia los asuntos van por el mismo tono; con la diferencia que a la redacción aún no llegan las cartitas.
Y como esto del Día Internacional de la Mujer no es un invento mexicano, como la mamarrachada del día de la familia —corregida y aumentada por los mercachifles de la televisión,— para no vernos con el mismísimo nopal naciéndonos de la frente, ponemos nuestro granito de arena. Total, en un país como el nuestro, gobernado todavía por machitos y guadalupanos, hay un largo trecho por recorrer en lo concerniente a la igualdad de género, o mejor dicho, al equilibrio entre ambos. Y es que mientras nuestra cultura siga alimentado los mitos de la supremacía masculina, continuaremos sin darnos cuenta que las mujeres son el gran sostén moral y económico de México. Pero claro, como ellas no cuentan con el recurso de la cantina para ahogar sus penas, pues creemos que no les queda de otra más que aceptar las telenovelas como su válvula de escape.
Porque eso de que las mujeres son tontas siempre está por verse. En el terreno de la industria editorial está demostrado que son las mayores compradoras de libros, y no todo lo que se edita o lo que se trae a vender a este país discurre sobre la vida de los artistas o los escándalos que provocan nuestros gobernantes. Pero como nosotros somas tan buenos con ellas, les hemos dedicados cientos, quizá miles de frases invocando su presencia. Ah, mujeres, que sería sin ellas un bolero o una canción de José Alfredo Jiménez. Pero si algún día ellas nos citaran un fragmento de las Cartas portuguesas, donde sor Mariana Alcoforado escribía a su amante, un soldado francés: “Sin embargo, te agradezco desde el fondo de mi corazón la desesperación que me causas...” quizá no sabríamos qué carajo contestar.