jueves, marzo 23, 2006

Ay, Papantla, tus tiempos vuelan


La última jornada de la séptima Cumbre Tajín 2006 se esperaba más alentadora. En primer lugar porque sólo la misma persona que hace las encuestas donde López Obrador resulta el triunfador indiscutible podría convencer al comité de este evento con la dulce promesa de que efectivamente se alcanzó la cifra proyectada: cien mil visitas. Es cierto que sábado y domingo el parque temático estaba muy concurrido, pues el “cartel” musical fue atractivo y para los que aprovecharon las ventajas del puente no faltó oportunidad de tostarse la piel y bailar al ritmo que les tocaron tanto famosos como grupos teloneros. La mancha o la espinita fue el accidente del septuagenario Jesús Arroyo Serón, ocurrido hacia el mediodía del lunes 20; el caporal resbaló mientras descendía del “palo” (construido con acero), cayó sobre el pavimento y a las horas falleció en un hospital de Poza Rica.
Y como tributo a la honestidad. Antes del accidente el espectáculo de los voladores no pasaba más que de momentos turísticos, una atracción folclórica que hacían los hombrecitos pequeños, pero de corazón amplio y valor inmenso, con sus botines bien aseados y el tiqui-titiqui del tambor y la flautita. Dos o tres gringos embobados, algunas jovencitas disfrazadas de hippies de Coyoacán, otros autonombrados antropólogos emergentes y algunos que pretendían hacer tiempo en lo que iniciaba alguno de los conciertos.
Claro, siempre los mismos comentarios: “Hay que ser muy cabrón pa treparse allá”, “Yo ni drogado llego a mitad del palo” eran las emociones por el estilo. Al final, cuando los cuatro que se lanzan por los aires —atados a una cuerda, obvio— arriban al suelo, aplausos, muchos aplausos y fotografías. Pero a diferencia de lo que sucede con los toreros o con los corredores de automóviles fórmula uno, aquí, en una de las arterias del Totonacapan, ningún pequeño le decía a su papá: “De grande quiero ser volador de Papantla”. Aquí no hay glamour. De sobra se nota que ni todos juntos podrían cobrar lo que le pagaron, digamos, a la Negra Graciana; por no verme tan alevoso si los comparara con Beny Ibarra (quien cantó la noche del lunes). Mucho valor, pero muy jodidos, eso que ni qué.
A partir del accidente la suerte de los “voladores” no ha cambiado un ápice; siguen pendiendo de una cuerda. Sucede que se creó una especie de conciencia y reporteros y fotógrafos estábamos cada vez más interesados por requerirles una explicación de los significados que encierra el ritual de su danza. Hoy, martes 21, muy temprano (eran las ocho de la mañana con minutos) cuando un grupo de voladores se congregó en el parque Takilsukut —donde ocurrió la tragedia— y procedieron a la purificación y a una especie de levantamiento del alma o el ánima de Jesús Arroyo. “No quiero cámaras” dijo quien condujo el ritual “y si uno de ustedes emplea la suya, lo detengo”. El cielo gris se abrió un poco y una ligera lluvia se posó en nuestras cabezas. No nos correspondía descifrar algo que apenas comenzaba a interesarnos.
Fiesta de la cultura, de la identidad, de los artistas con rostros hermosos, de los talleres, de los temascales, de la excelente cocina, de las cervezas frías, las nieves, las bromas, las caritas sonrientes, los repentinos ligues, las piernas y los torsos, las visitas al siempre imponente sitio del Tajín, los vendedores ambulantes, las camisetas rebajadas a mitad de precio (porque en una semana a pocos les interesará adquirir un trapo como novedad) y… casi lo olvido, ahora sí que nos percatamos de un detalle: los botines de algunos voladores no son lustrosos, algunos se observan ajados, gastados de muchos de espera y sonrisas extrañas.