
Domingo caluroso, desayuno tranquilo en el hotel de la ciudad de Poza Rica porque el coordinador, amable, nos comenta que hoy iremos a la cobertura de la Cumbre Tajín 2006 con más calma. Sólo le falta indicarnos que mastiquemos despacio y no hablemos con la boca llena. Ya en marcha, la charla de los reporteros gira en torno a la supuesta manifestación que las organizaciones inconformes con la celebración de la Cumbre hace cada año; “Será la nota para mañana” dicen entre una mezcla de resignación y diversión los que se dedican a cubrir información de carácter general. Las doce con minutos. El autobús arriba a las inmediaciones del parque temático Takilshukut (el principio, a unos dos kilómetros de la zona arqueológica).
En efecto, a unos minutos de comenzar la verdadera estación primaveral —lo saben mejor quienes se entienden con la astronomía y no con los calendarios— la llegada al parque se interrumpe con los “Miren, les decía, ahí vienen los manifestantes”. Hay pocos oficios que permiten una pasión tan inmediata como lo es el periodismo. Quienes han probado su veneno saben que un acontecimiento de esas características no permite razonamientos sino acciones concretas. Y allí van, protegidos por sus gorras, abriéndose paso entre los autos y decidiendo, los fotógrafos, si el mejor ángulo es donde están apostados los aproximadamente treinta efectivos de la policía montada o del lado de los manifestantes, ¿unos trescientos? Ya se enterarán ustedes de versiones mejores en los reportes de mis compañeros.
No hay señales de violencia. Pancartas sí, patrullas también; gritos que exigen un reparto de tierras y policías que acordonan los accesos al estacionamiento del parque temático, pues también los hay. Incluso, a la cola de los manifestantes camina un grupo vestido a una usanza más urbana; una de las mujeres que sostiene la esquina de una pancarta ajusta sus gafas “raiban” cuando se percata que será retratada. Ellos solicitan, por que se leía en sus proclamas escritas, la creación de una “Universidad indígena en lugar del parque temático”. ¿Qué pensarán los secretarios de educación y turismo, respectivamente?
Pero en las taquillas del parque los visitantes se preocupan por adquirir su boleto. Antes de la media tarde la entrada es más barata y el programa de la noche ejerce magnetismo entre los más jóvenes. Actuará el grupo mexicano “El gran silencio”. Y en las entrañas de la zona vibran en sus pasillos las risas de las víctimas ante el paso de los Gracejos, un grupo de payasos que animan la tarde, con bromas, música y malabarismos. Para mitigar el calor la cerveza cuesta quince y treinta pesos y una fuente hace que su chorro permanente bañe con una brisa que acaricia a quienes caminan por sus alrededores.
De todas formas, con protestas o sin ellas, al fondo del parque las muchachas encantadas por el turismo se quitarán los zapatos para sentarse sobre un petate y aprender el arte de hilar el algodón. “La unión de lo terrenal con lo divino, algo que demuestra que las mujeres somos las que guardamos el equilibrio de la vida” les explica la artesana que hace de tallerista y lucha contra la torpeza de las niñas que algún platicarán en un spring breack del Caribe que en el corazón de la región totonaca sus manos trenzaron hilos, con algodón de verdad.