
En la capital del estado de Veracruz comenzó a circular uno de esos famosos correos electrónicos que desde el título llevan el resabio a cadena: “Mucho cuidado con el antro fulanito de tal”. Y cuando todo parecía bien librado, resulta incomprensible que en la ciudad de los poetas, los burócratas y los pambazos pudieran adulterar los cubitos de hielo con algún químico; pudieran regresar de cambio monedas que pertenecen al banco de tío rico Mc Pato; pudieran regentear a niñas vietnamitas en las esquinas adyacentes al parque Juárez o vaya usted a suponer todo lo que se escribe en ese tipo de mensajes cibernéticos.
Más bien se trata de unas de esas historias que vende perfecto a quienes, tras la parranda en el antro, no recuerdan muy bien con quién pasaron la noche. El personaje de la semana, el que están boletinando, es descrita como una “niña” que se viste de negro y acude a céntrico local de diversión, invita dos o tres copas a un incauto que permanezca en la barra, después lo convida a pasar un rato al hotel y cuando el Casanova despierta (en una versión) o cuando le da las gracias por tan buen retozón (en otras) ella le confiesa que le da la bienvenida al mundo del VIH positivo. El epílogo de la triste historia es que ya muchos galantes caballeros están infectados. Y el colofón de la leyenda es que los escribientes ven con extrema necesidad tener a la mano una fotografía de la Cruela Du Ville. Ya sólo nos falta en ver en los postes la fotocopia con la cara de esa infame y abajo un letrero que indique: Wanted.
¿A quién le conviene dar pelos y señales, desde la chica que acecha como jeringa letal hasta los datos del antro? Puede ser que a unos bien intencionados amantes de la buena vida nocturna y preocupados por sus congéneres, ya sabemos que todo lo que se haga a favor de la existencia es apreciado. O puede ser que se trate de un ardid publicitario, pero como a cada época corresponde un mal, en este caso la roña, los sabañones o la tuberculosis no espantan tanto como el VIH. O exageremos un poco y el hecho de proporcionar nombre y apellidos en el epicentro del “infierno por todos tan temido” puede ser uno de esos pésimos desquites o bromas tan pesadas y tan comunes entre los adolescentes cibernéticos. Habas, donde quiera se cuecen.
¿Recuerdan ustedes que a María Candelaria la apedrearon, muy al estilo de la ley mosaica, por haber posado encuerada al pintor que necesitaba su rostro? Y para acabarla de fregar aquella mujer era hija de una prostituta —filme rodado en 1943, bajo la dirección de Emilio “el indio” Fernández. ¿Recuerdan (los ya usaban internet) que hace unos siete años los fisgones nos solazamos con las imágenes de una regiomontana que se mostraba ante una cámara fotográfica como Dios la echó al mundo y todo porque había cortado al novio, autor confeso de “colocar” aquellas linduras? ¿Algunos se han olvidado que cuatro años atrás era letal acudir a una sala cinematográfica de la cadena Cinepolis porque un desgraciado, infectado de VIH, colocaba en los asientos de las butacas alfileres (punta arriba) con su sangre contaminada? ¿Cuántos ejemplos faltan?
Por si las dudas, abstengámonos de ir a tomar la copa a los antros del centro histórico de Xalapa, porque una niña vestida de negro siempre resultará una tentación (y como la Llorona se viste de blanco) y total, en una ciudad donde los establecimientos de este tipo, sobran, siempre habrá un sitio donde seguir la parranda.