viernes, marzo 24, 2006

La dama y el unicornio


La Edad Media no fue indispensablemente un periodo de enteras oscuridades, como el cine y las fábulas nos lo han hecho creer. Aunque esas imaginerías las tenemos impresas, cuando escuchamos esas dos palabras viene a la mente la representación de un monje encapuchado y la representación de la muerte: un esqueleto tétrico que danza con su guadaña en las descarnadas falanges (como en tantos cuadros de la época). Pero también el medioevo es filosofía, es arte, es la idea del Dios cristiano como eje central del universo. Son las cantigas a santa Maria, del Alfonso X; es el camino de la plata, que llevaba a los peregrinos desde Tours hasta Roncesvalles, para llegar, tras penosas jornadas, hasta el pórtico de la Gloria, en Santiago de Compostela.
“Si ese pozo lo envenenaran, preciosa, o lo ensuciaran como acaba de hacer Jeanne, podría llegar un unicornio, introducir el cuerno y el pozo quedaría purificado. ¿Qué te parece?” es una frase que susurra el pintor de retratos, Nicolas des Innocents, a la aristócrata Claude le Viste. Están en la ciudad de París a finales de la Edad Media, en la casa de la rue de Four, fuera de las murallas, en los campos cenagosos de Saint-German-des-Prés. ¿El motivo? Aquel aventurero de los pinceles y las mujeres (como debe corresponder a un pintor parisino) ha sido requerido para dibujar los diseños de seis tapices.
Se trata, por supuesto, de una ficción, que corresponde a la última y cuarta novela de la escritora estadounidense Tracy Chevalier, se llama “La dama y el unicornio”. Sin duda el motivo central del libro es mostrar una historia de amores imposibles, posibles, celos, jugueteos, suspiros y un fino entramado de erotismo, muy al estilo de su autora. Lo corroboran sus anteriores novelas: El azul de la virgen (1997), La joven de la perla (1999) y Ángeles fugaces (2001). Y también se constata el gusto, la pasión o el tema favorito de la escritora, desentrañar los secretos de una sociedad determinada a través de sus usos y costumbres mientras se construye o se crea una obra de arte.
Quien desea internarse en los supuestos de la creación artística, tiene en los libros de Chevalier una muestra inmejorable. Ella no escribe historia del arte, hace novelas y con tan buen éxito que prácticamente todos sus títulos han encabezado la lista de los más vendidos. Esto podría llevar a pensar en una literatura ligera, chabacana, facilona para el lector; es cuestión de cada quien juzgue. En “La dama y el unicornio” su tema no es la excepción, el arte y los entresijos, la tapicería flamenca y un taller en la ciudad de Bruselas, la vida cotidiana de sus personajes mientras están creando; los ricos que encargan un trabajo y los pobres que lo realizan... pero el amor echando sus dardos en el corazón de los mortales.
Llevada en cinco partes, la novela comienza en París, durante la cuaresma de 1490. Una época en la aún se cree en los unicornios (si acudiéramos al rigor histórico debemos atinar en que faltaban aún dos años para el descubrimiento de Colón, es decir, para replantearse la concepción del mundo) pero que se retrata mediante las voces de sus personajes. Escrita en pequeños monólogos y con una claridad sorprendente, quien navegue por sus páginas sabrá de la vida sencilla de los tejedores y tras bajar los párpados podrá recrear el cardado de la lana, escuchar los ruidos de los pedales en el telar y apetecer la manera en que una chica invidente pierde su virginidad recostada en las flores de su huerto. Un libro endemoniadamente bien escrito, pulcramente traducido y acompañado de las reproducciones de los tapices que dan motivo a la imaginación de Tracy Chevalier.