miércoles, abril 12, 2006

El Cristo de Mathaeus Grünewald


A propósito de estos días en que el luto cristiano y la algarabía vacacional nos roban la atención, quiero transcribir un fragmento de una muy atinada descripción sobre el retablo “La crucifixión” (Óleo sobre tabla. Museo Unterlinden. Colmar), del pintor alemán Mathaeus Grünewald. Las palabras con que Augusto Roa Bastos, escritor paraguayo, en su novela El fiscal dibuja la escena, es una muestra de profundidad y acercamiento a la creación dolorosa de la concepción que tenían los pintores góticos y renacentistas del norte de Europa. La imagen la puede encontrar en la dirección electrónica que, entre paréntesis, se anexa al final de este documento. Los fragmentos que siguen pertenecen a las páginas 90-92 de la edición de 1993, publicada por la editorial Alfaguara.
“Giramos la cabeza y vimos avanzar hacia nosotros, como resplandeciendo a nuestra pregunta, el panel central de la escena de la crucifixión. Una increíble fuerza como de succión magnética nos absorbió hacia el centro mismo del campo óptico del cuadro que irradiaba una fuerza tremenda. La cruz plantada a flor de tierra se combaba hacia nosotros. El cuerpo del Crucificado se hallaba a nuestra misma altura, como saliéndose del marco. Daba la impresión de que en cualquier momento se iba a desprender de la Cruz...”
“El Cristo de Mathis Grünewald estaba ahí, vivo, agonizando en la cruz de ramas silvestres hacía más de cuatro siglos o veinte siglos o los eones todos desde que el hombre es hombre, aureolado por la dignidad siniestra de ser el asesino de su hermano...”
“Las laceraciones que cubrían el cuerpo de ese cadáver viviente le comunicaban una suerte de doloroso estremecimiento. Temblaban los pectorales con espasmos tetánicos, como si le costara un gran esfuerzo respirar. El pecho, abombado por la putrefacción, soltaba al aire algunas costillas, entre los pedazos de lanzas rotas clavadas en las carnes descompuestas. Las manos grandes y amoratadas se crispaban bajo los clavos enormes. Las rodillas entrechocaban sus rótulas entre las piernas retorcidas hasta los pies. ¡Esos pies! Eran horribles esos pies esponjosos y coagulados, puestos uno encima del otro. Se aplanaban y extendían en la putrefacción hasta parecer los de un palmípedo monstruoso...”
“Por encima de ese cadáver en ebullición la cabeza enorme y tumultuosa colgaba sobre el pecho, bajo el peso de la enmarañada corona de espinas que se clavaban en la frente. Los ojos entreabiertos y cenicientos manaban una infinita mirada de sufrimiento y de terror.”
“Huysmans, a comienzos de siglo, contempló y describió con inocultable emoción mística, la Crucifixión de Matheus Grünewald, a la que calificó de la mayor obra de naturalismo sobrenatural que produjo el gótico tardío, la más poderosa Crucifixión que se haya pintado jamás. Le dio un título exaltado: ‘la divina abyección de Grünewald’...”
“La sensación que me sobrecogió era de otra naturaleza. Algo extraño perturbaba mi visión. Observé que de pronto a la cabeza gacha le había crecido una espesa barba.”
¿Fantasmagoría o realidad? Así lo describe Roa Bastos (Paraguay, 1917-2005. En 1989 recibió el premio Cervantes) en su portentosa novela El fiscal.