martes, abril 04, 2006

Ezequiel o "La nómina"


Su rostro me fue conocido. Bueno, lo cierto era que tenía una cara de esas que uno jura haberla visto en demasiadas ocasiones, a pesar de que en determinados momentos uno haga memoria. Seré prudente: quizá él piensa lo mismo. Así, no debo mortificarme y lo único que me queda es continuar mi marcha hacia el café.
Me instalo en una mesa apostada hacia al ventanal. Disimulo tener algo qué hacer: abro una revista y me contento con mirar letras, sin leer nada. De repente, como si fuera mi tarea del día: el tipo de la esquina se pasea por la acera de enfrente, me ve y esboza tres movimientos que indudablemente son un saludo. Le sonrío y vuelvo a sumirme en la cavilación. ¿Dónde lo vi antes? Caramba antes de qué, de dónde... Un momento, recuerdo algo. Sí, este ambiente lo hace más familiar. Ahora caigo, en muchas ocasiones lo saludaba en el café. Bueno, en ningún momento hablamos, pero son de esos "conocidos" que uno va adquiriendo.
No sé cuántos minutos pasaron. Será mejor decirlo de otra forma: dos cigarrillos después volví a encontrar un nuevo dato. Es profesor de una primaria. Seguro. Sus amigos del café le palmeaban la espalda mientras le decían: “Profe, te habrías de traer, aquí, a los chamacos” Profe y chamacos, evidentemente trabaja en una escuela primaria.
Estoy harto y se nota. Cansado y ¿se nota? Prefiero salir del lugar. Hago el propósito de caminar por las calles del centro, lo cumplo. Paso por un café, semi vacío, un grupo reducido ocupa unas cinco sillas y viene la segunda dosis de memoria: aquel era el sitio donde conocí al Profe; un café barato y con servicio oscilante de regular a malo.
Habrá sido el oxígeno del aire invernal, pero algo logra una añadidura más. Se llama Ezequiel y hace unos meses estaba próximo a jubilarse. Qué redescubrimiento. Él, por esos días, vivía a salto de mata; su jubilación lo mantenía en una constante preocupación y remordimientos. Preocupación porque no sabía a qué dedicarse.
Y bien, creo que sus remordimientos serían a causa de abandonar su grupo antes de concluir el ciclo escolar. Pienso que era el único, porque el profesor Ezequiel no tenía familia, pues rememoro y nunca lo vi acompañado. Siempre él, en el café, en la parada del camión, la calle, las librerías.
A estas alturas debe estar jubilado. Por supuesto. Aún con todo pienso en la dificultad que tendrá para romper la costumbre de cobrar cada quince. Sin embargo, con el tiempo. Lo digo con toda seguridad, porque mi madre también es jubilada y fue su primera contrariedad.
Hay algo más. Argumentan que los jubilados caen en un estado depresivo. No del todo. Mi madre, por ejemplo, desde entonces se dedica a desahogar la centena de compromisos familiares que la agobian, o mejor dicho: que ella busca para agobiarse.
Ahora caigo. Si el profesor tiene por único compromiso ir a garabatear en la nómina mensual, ¿qué hace el resto del tiempo? Obviamente la respuesta a tal pregunta le corresponde sólo a aquellos que viven medio acompañados. Pero yo creo que él se entretenía, ya no preparando su clase (pues la memoria es a menudo el milagro de la repetición constante) sino en resolver el atentado a la disciplina, que es una constante ejercida por los alumnos. En fin. Ahora sabrá de memoria otras cosas.