
Me decía un pintor que diez años atrás el gobierno del Distrito Federal prohibió a un grupo de artistas plásticos demasiado innovadores un “performance” lejos de toda aparente lógica. La cuestión era una propuesta plástica que pretendía demostrar cómo el hombre manipula a la naturaleza y consistía en crear un carrusel de feria pero con caballos verdaderos que se comprarían a un rastro. Claro, los animales ya sacrificados, muertos, se clavarían en varillas de acero y se les haría girar.
Otra de las propuestas era formar un tiovivo con cerdos, muertos también, pero ensartados en varillas. Las autoridades expresaron que eso no era arte sino un acto de salvajismo. Mostrar a los animales desangrados y por si fuera poco con la musiquita clásica de feria: tarara-tarara y bien bonito, nada más faltaba que estos ostrogodos se inventaran cobrar el paseo sobre los despojos. Violencia visual en una ciudad multitudinaria, posiblemente, cómo si no fueran suficientes asaltos, atropellados, suicidas y otros locos que andan sueltos en lo que Humboldt denominara como la ciudad de los palacios . Pero acaso era la inquietud, claro, escandalosa, de las juventudes plásticas mexicanas.
Aunque esto del “performance,” al público de a pie, nos siga pareciendo a veces un poco incomprensible y otras, también. Amy Sara Carroll, antropóloga, indica que: “la formulación de la interrogante como doble pregunta también funciona como una intervención estética-teórica en una repetición-compulsión de alguna manera muy posmoderna.”
Por su parte, Pilar Villela Mascaró, artista plástica, señala que el primer tema que hay que tratar es el contexto en el que la pregunta se efectúa, ¿para qué sirve un performance?. “Atrapados en una disyuntiva entre la difusión y la investigación especializada, los foros de discusión abierta sobre performance en nuestro país sólo han logrado que se caiga en una especie de categorización estilística en la que se pretende definir un género o medio según prácticas particulares en cuanto a ciertos criterios, a fin de cuentas, formales.
Precisa que la discusión ha sido llevada a un plano casi ontológico que supone un “verdadero” performance y, por lo tanto, otro falseado. Si atendemos a una reflexión de carácter histórico el asunto se nos presenta bajo otra luz. Se trata entonces, de entender cómo en la naturaleza misma del medio, independientemente del nombre que se le ponga, existen particularidades que permiten, ahí sí, una serie de investigaciones en cuanto a su naturaleza.
Pero las disquisiciones de los analistas del arte contemporáneo están quedándose cortas. La realidad, como siempre, tiene la capacidad de superar a la ficción. Y de que hay estos numeritos y más, se ve a cada rato.