
Gracias a las indagaciones e indignaciones de la colega Graciela Barrera, me enteré que hoy se cumplen ochenta y ocho años en que entró en vigor el decreto promovido por un general y un médico ante el entonces presidente de la república, el constitucionalista Venustiano Carranza: festejar el día del maestro. Pero bueno, el famoso día, desde que yo pisé el jardín de niños, lo teníamos en mente porque había que regalarle un detallito a la maestra Conchita, que tanta paciencia me tenía y conforme subía de categoría académica y pasaban los años, el regalito era más necesario, sobre todo para quedar en buenos términos con los maestros que me impartían las ciencias puras. Con los que dictaban clase de todo lo que oliera a Humanidades jamás enfrenté problemas. La incapacidad hacia los números, fórmulas y razonamientos abstractos los debo a la una permanente necedad por alcanzar la estabilidad en el estado místico; o por la mismísima tozudez de andar siempre en la pendeja, como dice un colega escritor.
Y cada año resulta lo mismo. En este país de títulos y escapularios apenas asoma un aniversario o festejo para un oficio determinado, nos viene la gana de ponderarlo, de hacer estatuas o repetir hasta la saciedad que no sólo en la jornada fulana debemos glorificarlo, sino todos los días. Ahí tienen que nuestro “santoral oficial” incluye desde: mujeres, padres, niños, madres, maestros hasta ocupaciones tan necesarias y por lo tanto desdeñadas, como carteros, bomberos, policías... ¿estaremos ya en vías de proponer una fecha determinada para celebrar a los técnicos en computación, a los repartidores de pizza, a las empleadas de lavanderías o a los impertinentes y amables ejecutivos que ofrecen la apertura de tarjetas de crédito vía telefónica? Ya veremos.
Lo cierto es que hoy sirve para que el magisterio nacional, el que cuenta con el respaldo sindical, por supuesto, organice desayunos e invite a políticos o leguleyos para que se echen un discurso en lo que los meseros sirven el plato con chilaquiles y el zumo de naranjas. “Y la educación es el pilar de esta nación, porque un país sin preparación no puede enfrentar los retos que la globalización le impone” y enseguida ocurre la lluvia de aplausos, hurras y vítores. También sirve para realizar mítines en que se pide un reparto justo en la percepción de sueldos. No olvidemos en que en muchos estados de la república, incluyendo la capital de la nación, los mandatarios asisten a una comida organizada por y para los maestros, donde aprovecharán para imponer la medalla Perengano de Tal sobre los ajados hombros de mujeres y hombres que han dejado cuarenta años de su vida en las aulas, ejemplos de permanencia y constancia.
A título personal creo que lo más atractivo de este día, en cuestiones políticas, es un pago extra en el cheque quincenal. En lo que resta o en lo que falta, el cuento es el mismo. Y probablemente el verdadero día del maestro es cuando, a nivel primaria, por ejemplo, el mentor se percata que los pupilos saben leer y escribir; o en otras palabras, maestro es alguien que conduce al prójimo hacia un fin determinado, a un cambio de actitudes y aptitudes que sirvan para enfrentar la vida. Y para quien tiene verdadera vocación, poco importa que se le tilde de maestro, profe o “maistro” siempre que él, todos los días, invariablemente, festeje con el banquete de la experiencia a sus alumnos, la verdadera razón para compartir lo aprendido.