
Cuando impera el caos, la imaginación es lo único a lo que podemos aferrarnos para mantener la dignidad. Una mujer que narra historias para un lector desconocido no pierde jamás la capacidad de transgredir en las mentalidades, de buscar la manera en que el sentido colectivo de la historia y de la literatura van conformando el mundo, en su penoso o lleno de azares camino de la vida. Es la obsesión de la escritora brasileña Nélida Piñón: un gusto de servir a la literatura con una memoria y cuerpo de mujer, encontrar el tejido en que esas ideas fueron realizadas por mujeres... una intelectual que busca a través de los mares que han configurado la civilización pero siempre con la prontitud de la presencia femenina... y allí están dioses, héroes, oráculos, sí. Pero en Delfos, explicó en una conferencia ofrecida en el marco de las celebraciones de Junio Musical 2006, es necesaria la pitonisa para expresar a los hombres los designios de los dioses. La mujer frecuenta templos y se apodera de lo sagrado.
Esa idea recorre siglos y espacios. Después el aparente imperio de la memoria individual relega la presencia femenina y es necesario encontrar la metáfora, la palabra que se apropia de lo privado y busque símbolos para expresarlos. En tiempos remotos y no tantos, las mujeres no lograron tejer discursos directos y contundentes, por eso buscaron la magia de la voz. Su lugar se quedó en la casa, en el universo privado, íntimo y a pesar de aquel “exilio social”, de aquel margen expreso, ellas, madres y amantes, además de fungir como depositarias de la vida gozan el privilegio de la memoria. ¿Historia o fantasía? Bien pueden ser las dos cosas cuando uno se enfrenta a las páginas escritas por Nélida Piñón, que no es un discurso feminista, sino una voz femenina que busca en sus personajes la mejor forma de expresarse.
Una muestra palpable se encuentra en la última novela de esta escritora brasileña, “Voces del desierto”. Con una magistralidad que jamás abandona la sencillez narrativa, nos muestra a la gran madre de los narradores, la princesa Sherezade, aquella que aceptó desposarse con el despiadado califa que tras una sola noche de sexo mandaba ejecutar a sus esposas, pero que supo urdir en un hombre sanguinario la fascinación por escuchar historias. “Las mil y una noches” es sin duda el pretexto para esta novela, pero desde la arista del universo femenino. Conforme avanzan las páginas el lector se adentra en la concepción, no en la consecuencia. Sí, la consecuencia, lo sabemos, es que si Sherezade no erige cuentos intrigantes, su cuello, la día siguiente, probará el filo de la cimitarra de un verdugo. “No ama a aquel hombre. Lucha solamente por la vida, obedeciendo al instinto de la aventura narrativa y a la pasión por la justicia” (parte 5).
La concepción es atisbar, justamente, cómo a través del universo femenino le llegan los rumores de las historias a una princesa digna de pisar los mejores salones de un palacio: “...ella recurre al acervo de una memoria, vigorosa y singular, para discurrir sobre el universo narrativo que los hombres, esclavos entonces de la oscuridad y del miedo, construyeron desde los tiempos de las cavernas, y que ni las llamas del fuego, que nacieron más tarde, lograron destruir” (parte 13).
¿Qué sucedería de los grandes narradores sin la memoria íntima de la mujer, donde están emociones, la galería de los sentimientos humanos? Nélida Piñon hace una biografía con la geografía de su cuerpo. Es narradora que efrenta al desafío de un propio lenguaje, pero hacerlo común, rescatarlo del universo masculino, pero al que debe agregar su semántica privada. Una imprescindible de la literatura contemporánea que: “Si fuera mexicana, habría escrito una novela sobre la Malinche”.